Podrán destruir un mural, pero no la memoria

Germán Vargas Farías

Aunque ocurrió hace una semana, no debemos dejar que el tiempo pase sin reflexionar sobre su significado.

Una banda de sujetos orquestó un plan para vandalizar un mural que una semana antes un grupo de veinte artistas del grafiti había pintado como homenaje a Bryan Pintado e Inti Sotelo, los dos jóvenes que fueron asesinados mientras participaban en las protestas contra el golpe de Estado perpetrado por la mayoría del Congreso de la República.

Aprovecharon la madrugada para cometer su fechoría, utilizaron pintura blanca, dejaron una bandera peruana previamente quemada, y una inscripción rara e intimidatoria sobre un papel pegado en una señal de tránsito: «La pared se limpia, los muertos no regresan».

Revelador, pues se trata de dos jóvenes cuya memoria se perennizó al convertirse en el símbolo de la resistencia, del reclamo de un país digno y democrático, en el que se respete los derechos de su gente.  

«Lo que les molesta es la existencia de memoriales que les recuerde su infamia, y que estén allí interpelándoles, y reclamando justicia»

El asesinato de Bryan e Inti, de 24 y 22 años, respectivamente, lejos de matar la aspiración de un pueblo, la hace florecer. Recuerdo vivamente la escena de esa noche en casa, tras conocer la noticia de sus muertes. Mis jóvenes hijas desoladas, una de ellas llorando, asomándose a la calle y haciendo sonar fuertemente la cacerola; y la otra con su dolor tan silente como expresivo.  

Escenas de pesar e indignación como aquella se repitieron dentro y fuera del país, y se trocaron en una fuerza que amplificó la protesta de los jóvenes, haciendo que esa recua de facinerosos, que habían tomado ilegítimamente el poder, retrocediera.

A los asesinos de Sotelo y Pintado, y a los que quisieron borrar sus nombres garrapateando «los muertos no regresan», se les podría contestar diciendo: «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud». 

Lo hicieron en el centro de Lima, y días después en el distrito limeño del Rímac, pero la respuesta a los vándalos ha sido firme y contundente. «Si nos destruyen uno, haremos diez más», ha dicho uno de los hermanos de Inti Sotelo, repitiendo lo declarado por los creadores del mural arruinado.

«La pared se limpia», escribieron los malhechores, tratando de esconder que su agresión no tiene propósito higiénico alguno. Lo que les molesta es la existencia de memoriales que les recuerde su infamia, y que estén allí interpelándoles, y reclamando justicia.

Los símbolos de la «generación del bicentenario» incomodan, y han hecho que incluso Keiko Fujimori, la líder del partido político de los responsables de la destrucción del mural, deslinde rechazando la acción de sus simpatizantes, y señalando que se trata de un «vandalismo inaceptable». Ha dicho, también, que Fuerza Popular rechaza los actos contra la memoria de los jóvenes fallecidos, y que “no avala ninguna práctica del grupo La Resistencia, quienes no pertenecen al partido». 

Aunque se trate de una declaración inverosímil, pues La Resistencia es un grupo extremista parido y avalado por el fujimorismo, la posición de Fujimori demuestra que sabe bien que no se puede afectar la memoria de un pueblo, en este caso un símbolo de la misma, sin que le salpiquen sus efectos.

Lo ocurrido recientemente en nuestro país no puede ser olvidado, y un mural como el de Bryan e Inti no hace más que recordarlo. Son quienes no supieron actuar con dignidad, los que perpetraron el crimen, sus cómplices, los que lo avalaron, son todos ellos los que intentan borrarlo.

Pero no solo se trata de borrar una imagen, pretenden mucho más, tachar, suprimir, una parte de nuestra historia. Reaccionan violentamente porque ya están advertidos: Podrán destruir un mural, pero no la memoria.

     
 

Agregue un comentario