A modo de proclama

Jorge Cabanillas Quispe

A Stephany, Rolando y Leonardo

Le doy un abrazo a Rolando, recuerdo algunas anécdotas de secundaria cuando todavía él no tenía bigote ni yo barba y evoco nuestras salidas de domingos, los cafés en el San Luis, el día de su boda, las caminatas y las largas conversaciones acerca de minería o de literatura; conserva su nobleza, su ser de bien permanece intacto. Vuelvo el rostro y veo a su esposa; pienso en lo afortunado de ambos, pienso en el destino, que en medio de sus vericuetos, les trazó el camino para que luego de un desayuno o una charla sepan que eran el uno para el otro. De pronto, como si se tratase de una visión gloriosa, estoy frente a Leonardo, observo sus pequeñas manos que se abren y se cierran como quien saluda a la vida y sus ojos me transmiten una profunda paz, escucho en un momento su llanto que se torna menudo, breve y hasta melódico. Lo saludo con el meñique y él lo presiona suavemente, levanto los ojos y siento que el corazón quiere estallar de alegría.

Interrumpe en ocasiones, durante algunos segundos, sus siestas, me cuenta Rolando a quien la felicidad no le cabe en el ser y no es para menos. En efecto, Leonardo abre sus grandes y hermosos ojos y observa que su padre le da un beso en la frente a su madre, esa elegante dama de carácter fuerte que lo sostiene entre brazos muy cerca de su corazón y él cierra los ojos nuevamente. El pequeño se encuentra acompañado y es un vaticinio de lo que será el resto de su vida, pues esa pareja que se unió en matrimonio en el nombre supremo de la eternidad del amor una mañana de abril en Cajamarca es la presencia que siempre estará a su lado amándolo con toda su alma.

Nació un día antes de la conmemoración de la independencia del Perú y su llegada fue un grito de júbilo, un estallido sin cesar de alegría, de dicha, de canto de agradecimiento con la vida, su llegada hizo que los carnavales en Cajamarca y en Huánuco inicien en julio; Leonardo nació y fue la víspera de la luna nueva del séptimo mes del año; Leonardo es una lumbrera que resplandece en el cosmos, Leonardo es el reflejo más hondo y más puro de amor en los ojos de Stephany y de Rola.

Don Rolando, el abuelo, chocho hasta más no poder, lo carga, lo mece entre sus brazos, él duerme y con sus manos pequeñas se aferra tiernamente a la camisa de su abuelo.

El niñito con corazón de león vino desde Cajamarca a la ciudad de los vientos sin sentir el vértigo que producen los vuelos ni el miedo que sentimos cuando crecemos, miedo que seguro sentirá con el pasar del tiempo, pero que no le será ningún impedimento para descubrir el mundo, para cruzar valles, océanos, para equivocarse, caerse y levantarse; y entonces sus ojos, que hoy observan en silencio, han de contar una historia propia y profunda, mejor que cualquiera que se haya escuchado por estos lares.

Observo el cielo, la luna sobre la ciudad de los vientos alumbra estos días la estadía de la familia Alvarado Ramos y, mientras termino estás líneas a modo de proclama, junto mis manos, cierro los ojos y en silencio agradezco por Leonardo, el niño que vino a instaurar a esta vida un eterno carnaval.

     
 

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