Ambulante soy, proletario soy

Con la proximidad de las fiestas de fin de año la aglomeración de comerciantes en las calles céntricas de la ciudad se torna masiva y populosa, por lo que transeúntes, vecinos y transportistas elevan su voz de protesta, en nombre del orden y la formalidad, acaso sin considerar que es la última oportunidad que tienen esos vendedores de procurarse una ganancia que les permita cerrar el año como quisieran.
Las diatribas se multiplican, los titulares pululan en televisión, emisoras y periódicos, ni qué decir en las redes sociales, como si los comerciantes fueran los únicos protagonistas de su desgracia, sin contemplar que las autoridades con su desidia y corruptela propician el desorden cada año, y son los mismos clientes quienes los alientan a reunirse entorno a lugares donde puedan atenderlos con mayor prontitud.
Lo que peor se entiende, o asume, es que los comerciantes no salen a vender a las calles porque aspiren al caos, sino porque ven la mejor oportunidad de alcanzar un cliente y obtener una ganancia. No sacan sus productos para exhibirlos y desgastarse ofreciéndolos, sino porque necesitan venderlos para recaudar un puñado de dinero que les hace falta. Si tuvieran salario, empresa, o arriendo por cobrar, no los veríamos en las calles. Venden lo que demanda el público por necesidad, con el apremio de alguien que solo sabe sobrevivir así, en una región con escazas oportunidades, a instancias de culminar el año con gastos mayores que ganancias.
Si se cree que los vendedores tienen esta oportunidad cada diciembre, venden y la aprovechan, continuamos errando el cálculo, porque siempre les sobra parte del producto que comercializan. No los adquieren en grandes cantidades estimando una ganancia exacta, sino tanteando un pequeño margen para ellos. Lo que sobra se guarda a riesgo de estropearse, se consume con la familia o simplemente se pierde. Quienes logran comercializar todo celebran mejor la Navidad y Año Nuevo, pero no por eso se auguran el mismo triunfo para el próximo año.
Quienes más sufren son los niños de la casa. Ellos, inocentes, incapaces de comprender el suplicio de sus padres, aguardan en el hogar con la ilusión puesta en una Navidad mágica, como las que se ven en las películas y comerciales publicitarios, o por lo menos parecida a la de sus amigos atildados de barrio, pero cuando ven a sus padres derrotados, afligidos por las escuetas ganancias, tienen que reprimirse y aceptar la realidad que les toco padecer, endurecer su pequeño corazón, hasta encontrar más adelante la manera de sobreponerse.
Los clientes, por otro lado, prefieren los centros comerciales, no por los precios bajos ¾dejémonos de mentiras¾, sino por la pomposidad de ir de compras a un lugar «decente», cuando en realidad solo quieren disimular la superficialidad de verse distinguidos, respetados y pudientes. Sin embargo, luego, se escandalizan con los precios, se entretienen solo viendo y soñando con lo que quisieran adquirir, o peor aún, compran cualquier cosa para disimular que hayan ido para nada. ¿Es más seguro prevenirse de la Covid en estos establecimientos? La doble dosis, el alcohol, las mascarillas y el distanciamiento dependen de cada uno. Muchas personas esperan todavía que se les imponga reglas de prevención contra este virus. Apoyemos también la pequeña empresa.