Bienvenidos al 2021, sobrevivientes
Somos los sobrevivientes de uno de los años más difíciles del que tengo memoria.
Es cierto, la amenaza aún no ha pasado, pero creo que haber llegado ileso al 2021 ya es bastante.
Y vaya uno a saber cuántos años difíciles hemos vivido.
Por ejemplo, sobreviví el 1976, año en que por primera vez me enfrenté a la muerte cara a cara cuando, ayudando a excavar un pozo artesiano para extraer agua subterránea, me caí doce metros al fondo. Era como caerse desde un edificio de cinco pisos. ¿Quién demonios vive después de desplomarse desde semejante altura? Pero los dioses estaban de mi lado y aquí me tienen, vivito y coleando y escribiendo, todavía.
Como este pechito, tanta gente ha sobrevivido a los amargos y trágicos años ochenta. Sobrevivimos a las bombas, a las ejecuciones, y a esos embelecos llamados juicios populares, inventados por las hordas siniestras, carniceras y bárbaras de Sendero Luminoso y el MRTA. Sobrevivimos a sus paros armados, modalidad que posiblemente ya pocos recuerdan y que servía para tener atemorizados a la población; porque esas mentes malignas sabían que un pueblo con miedo, era un pueblo sujeto, manipulable y dispuesto a hacer lo que ellos ordenaban. A eso sobrevivimos…
Sobrevivimos a esa hecatombe económica del primer gobierno aprista, con su hiperinflación sin bridas. Cuando el dinero que hoy se tenía no valía nada al día siguiente pues había perdido su valor. Cuando se tenía que hacer larguísimas e interminables colas para comprar un kilo de arroz o azúcar, para comprar un tarro de leche o un galón de kerosene (el combustible casero de aquellos tiempos). Cuando literalmente, mucha gente se moría de hambre, sí, de hambre, aunque ahora todos hayan olvidado aquellos años nefastos. A esos años también sobrevivimos…
Sobrevivimos a los terribles años del noventa fujimorista. ¿Se acuerdan? En esos tiempos en que la vida se movía al ritmo del chino y al de sus soplones, ayayeros, secuaces y delatores. Cuando cualquier acusete o envidioso te denunciaba como terrorista y entonces la policía te sacaba de tu casa o de tu trabajo a empellones y te metía en un calabozo sucio y maloliente, en el mejor de los casos. En el peor, te desaparecían, te mataban extrajudicialmente y luego tu cadáver aparecía flotando en algún río o tal vez sucumbía en alguna fosa común. También a eso sobrevivimos…
Y justamente en esa difícil década llegó la epidemia del cólera con su secuela de muerte en todo el país. Con hospitales precarios, con un sistema de salud pública en crisis, con falta de medicamentos para los más pobres (las principales víctimas), sin agua potable y mal clorada, el cólera se cebó con los peruanos. Cientos de miles de contagiados que hacinaron los centros hospitalarios en ruinas, miles de muertos en condiciones deprimentes (porque hasta la muerte debe tener cierta decencia). A todo eso, increíblemente, también sobrevivimos…
Y tantas familias anónimas, que nadie tiene en cuenta, sobrevive, año a año en la costa, la sierra o la selva, a inundaciones desproporcionadas, a sequías inclementes, a aguaceros implacables, a heladas despiadadas, a huaicos arrasadores y a tantas catástrofes naturales o provocadas por la irresponsabilidad humana. Pero lo más importante, sobrevivimos…
Y el 2020, cuando todos pensaban que sería un año de grandes augurios, desde la China, primeramente, y luego desde todos los continentes llegó el malhadado virus que hoy nos tiene en vilo, transitando con todos los riesgos las fronteras tan débiles de la vida y la muerte.
“Estoy seguro que ni toda la fuerza contagiosa del virus chino será suficiente para doblegar las ansias de vivir del ser humano. La vida siempre se impondrá ante la muerte: Así se ha forjado la larga historia del género humano, que es la historia de la sobrevivencia”.
Ni en su más remota imaginación, algún peruano habrá imaginado que el año que acaba de pasar sería uno de los peores que ha vivido. Diferente (pero no menos nocivo) a la violencia de Sendero o el MRTA, a la hiperinflación económica, al cólera o cualquier otra catástrofe terráquea, la COVID, un invisible, microscópico y sañudo bicho ha tenido la fuerza suficiente para doblegar, en muchos casos, el espíritu humano. Ha tenido el suficiente poder para recluirnos en nuestras casas, paralizar (no sabemos hasta cuándo) las muchas actividades cotidianas, salir con todas las precauciones (alcohol, barbijos, protector facial y otras indumentarias) como si afuera nos esperara un francotirador imbatible.
Nos ha alejado de la parentela, de los amigos, de la buena conversación alrededor de una mesa y nos ha encarcelado en nuestras propias casas. Mucha gente, jóvenes, sobre todo, por primera vez en su vida, han escuchado palabras como “cuarentena”, “confinamiento”, “toque de queda”, “mascarilla”, “oxímetro”, etc., etc. Y tantos niños quizás no comprendían por qué se les prohibía ir a sus escuelitas, bien uniformados, con sus mochilas nuevas y sus lápices y cuadernos por estrenar.
Este virus ponzoñoso también nos ha quitado amigos, vecinos, colegas, parientes y, si nos descuidamos, puede arremeter con más fuerza y violencia.
Pero estoy seguro que ni toda la fuerza contagiosa del virus chino será suficiente para doblegar las ansias de vivir del ser humano. La vida siempre se impondrá ante la muerte: Así se ha forjado la larga historia del género humano, que es la historia de la sobrevivencia. El hombre, empequeñecido ante el poder de cualquier peste, ha sabido ganar sus muchas batallas a la parca.
Por eso, este 2021, debe significar para nosotros un triunfo, pírrico tal vez, pero triunfo al fin. Sí o sí, ganaremos la batalla en esta guerra que ya arrastramos desde hace miles de años atrás. Feliz año, sobrevivientes…
Huánuco, 03 de enero del 2021.