Calor y mosquitos en la ciudad de la eterna primavera
UNO
No mis desprevenidos lectores… no estamos en Pucallpa, Piura, Tarapoto o Iquitos. Estamos en Huánuco, dizque la «ciudad de la eterna primavera».
Por estos días, como nunca, las altas temperaturas se han enseñoreado de este valle y la gente anda como sonámbula, turbada o acojudada, sopapéandose (o lapaceándose, en buen huanuqueño) la cara, porque sumándose al calor intenso que sufrimos se añade la infinidad de mosquitos porfiados dispuestos tercamente a chuparnos la sangre al primer descuido, como lo hacen casi todos los políticos de por acá… y de por allá.
Yo, por ejemplo, que gustaba de regar mi huerta al amanecer, he tenido que cambiar de horario pues si riego a esa hora, el calor intenso de la mañana y del mediodía hace que el riego sea vano, pues al siguiente día la tierra está nuevamente seca, pidiendo agua, blanqueándose por el sol intenso y el aire seco. Ahora prefiero regar por las noches, con mis botas de jebe y con mi linterna en la mano, chacchando hojas de coca que saco en pequeños puñados de mi bolsillo derecho. Aprovechando la blanca luz de la luna llena llevo el agua por las acequias y los distribuyo hacia todas las plantas por igual. Eso lo aprendí hace una punta de años cuando, por encargo de mi padre y por la escasez de agua, nos veíamos obligados a regar los sembríos cuando el sol se ocultaba. Pero eran otros tiempos… «Qué bonito tu huerto, todo verdecito. Yo también quisiera tener uno igual» dicen los amigos que me visitan. No saben que para mantener «todo verdecito» hay que trasnochar hasta tres veces por semana, manteniendo siempre húmeda a la tierra generosa.
Por la agresiva y descarada contaminación de los ríos, Huánuco sufre, como en los tiempos de Moisés, una plaga de mosquitos belicosos e inoportunos sedientos de sangre. Lo mismo da si estamos caminando por las calientes calles huanuqueñas, sentados bajo los ficus del parque Santo Domingo o la Plaza de Armas, o descansando bajo el alero de nuestras casas. Allí donde estemos inmediatamente atacarán esos mosquitos por miles y miles que aparecen de la nada buscando sangre humana”
DOS
Este calor intenso que padecemos por estos días no creo que sea, como decía mi madre «por el castigo de Dios». O como decía mi padre en sus últimos años «por la ira de nuestro Señor al ver tanta gente pecadora que anda suelta por el mundo».
Creo que las altas y fatigantes temperaturas que se registran no solo en Huánuco, sino en muchas partes del planeta se debe a la irresponsabilidad e insensatez humana. Nos regodeamos deforestando los bosques, principal fuente de oxígeno para la vida; nos causa placer imprudente cuando contaminamos el aire usando y quemando plásticos en cantidades industriales; nos divertimos botando basura en los ríos mansos o caudalosos; nos place quemar por pura diversión los cerros y montañas convirtiéndolo todo en áreas eriazas, muertas e inútiles.
Todos, impunemente, contaminamos el planeta, nuestro único hogar que muere lentamente. Contaminan las colosales industrias con sus altas chimeneas botando humo negro, diseminadas por el mundo entero; contaminan los países grandes o pequeños, ricos o pobres; contaminan los gobiernos ineptos de derecha o de izquierda, demócratas o tiránicas. Contaminamos cada uno de nosotros, insensibles hasta la médula. Todos tenemos nuestra cuota de culpa para que este cambio climático innegable esté trastornando el ciclo estacional perfecto que la naturaleza ha generado en millones de años y que nosotros lo estamos modificando mortalmente en un abrir y cerrar de ojos. Y después, andamos quejándonos por todo…
TRES
Y como si fuera poco, justamente por la agresiva y descarada contaminación de los ríos, Huánuco sufre, como en los tiempos de Moisés, una plaga de mosquitos belicosos e inoportunos sedientos de sangre. Lo mismo da si estamos caminando por las calientes calles huanuqueñas, sentados bajo los ficus del parque Santo Domingo o la Plaza de Armas, o descansando bajo el alero de nuestras casas. Allí donde estemos inmediatamente atacarán esos mosquitos por miles y miles que aparecen de la nada buscando sangre humana. Si ante su pequeña pero efectiva embestida matas de un lapazo a unos cuantos, inmediatamente «indignados» (mi madre dixit) vuelven al ataque hasta hacer perder la paciencia al pobre y confundido cristiano-
Cada vez que veo a la gente lapaceándose la cara, las orejas, los brazos o cualquier parte libre del cuerpo, me acuerdo de mi amigo Jacobo y su cabeza pelada. Ahora estoy convencido que él usa esas gorritas tipo Pablo Neruda no para dárselas de poeta maldito o para protegerse del sol y evitar que su seso hierva, como nos dice mentirosamente, sino debe ser para evitar que esos mosquitos impertinentes ataquen su cabeza redonda y calva como una calabaza. Pobre mi amigo Jacobo, lo que debe sufrir por la contaminación del planeta.
Por ahora, solo espero que el Loco de San Simón (esa lluvia torrencial que llegaba siempre los últimos días de octubre) se apiade de nosotros y venga pronto a refrescar estos días de bochorno insoportable que sufrimos los huanuqueños por nuestra propia culpa… maldita culpa.
Huánuco, 24 de octubre del 2021.