Consenso por el país

Ayer, en las avenidas del centro de Lima seguían las marchas de protesta, y en cinco regiones del país, al menos, continuaban los bloqueos de carreteras, pero el pleno del Congreso de la República decidió que era mejor suspender, nuevamente, el debate sobre el proyecto de adelanto de elecciones.
Ni el ruido cotidiano de las calles del país, ni el clamor de cada vez más personas que se suman a la protesta, ni el pedido de los organismos internacionales, ni las recientes encuestas (70.9 % CPI, y 73% IEP) indicando que la mayoría de la población demanda elecciones generales en este año, parecen inmutar al, sin duda, peor Congreso desde 1980. Y eso que los hemos tenido pésimos.
El Congreso, mediocre y corrupto, es desaprobado por el 90% de la población, y es, junto a Dina Boluarte, responsable de la crisis política que enfrentamos, la que puede agravarse aún más si persisten en una salida tramposa como la que intentan consensuar, según ha denunciado la congresista Susel Paredes.
Si no aplazan otra vez su decisión, hoy sabremos si el texto sustitutorio de adelanto de elecciones es, como dice Paredes, un «adelanto con truco» que permitiría a los actuales congresistas participar en las elecciones complementarias, además de seguir enrareciendo la institucionalidad del Congreso.
Con coartadas distintas, la coincidencia entre las posiciones más extremas en el parlamento radica en su afán de quedarse, de permanecer el mayor tiempo posible en la función pública no para honrarla, sino para usufructuar sus ventajas hasta envilecerla.
El Congreso, mediocre y corrupto, es desaprobado por el 90% de la población, y es, junto a Dina Boluarte, responsable de la crisis política que enfrentamos.
Porque puede sonar razonable sostener la necesidad de hacer reformas antes de ir a elecciones, si no fuera porque los encargados de hacerlas han dado sobradas muestras de sus prejuicios y falta de escrúpulos. Porque siendo necesario un nuevo pacto social que pareciera ser el propósito de quienes proponen una nueva Constitución, lo que han hecho es coludirse con sus presuntos adversarios consintiendo la regresión de derechos, aquello que llaman «pelotudeces» democráticas.
La salida a la grave crisis política que ha causado 58 muertos y más de 1500 personas heridas, no admite la permanencia de sus responsables. Dina Boluarte debe renunciar, y el Congreso preparar lo que corresponda para irse en el menor tiempo posible.
Las autoridades actuales no sirven ni para un simulacro de transición política, y esta será, ojalá lo asumieran así las nuevas y nuevos representantes, a partir del 1 de enero de 2024, cuando se trabaje en torno a un acuerdo orientado a limpiar el escenario político, aireándolo, y a un compromiso para aprender a coexistir democráticamente, reconociendo la ciudadanía y derechos de todas y todos.
Nada fácil, sin duda, considerando la polarización, y lo enmarañado que está casi todo. Si se trata de hacerlo bien, esta es una salida. En mi artículo del miércoles pasado sostuve que había que destrabar la política, y que eso significaba adelantar las elecciones generales, renuncia de la presidenta, cambiar la mesa directiva del Congreso, hacer reformas para empezar a corregir las causas de nuestras crisis recurrentes, y elegir un presidente o presidenta, y también a congresistas, que sean decentes.
Es harta la tarea, la realidad que vivimos explica el agotamiento y pesimismo, pero es también un momento crucial que exige responsabilidad. En las calles se va advirtiendo un consenso, este sí patriótico y generoso, que nos convoca a edificar un país con justicia y dignidad. Que sea esa, nuestra primera o próxima elección.