El árbol de detergente

Edgard A. Gaspar Vergara
Comunicador Social

¡Achís! Las membranas mucosas de la nariz de Rubén reaccionan por la alergia que le provoca involuntariamente el polvo del detergente blanco que ha vertido dentro de un recipiente de plástico reciclado. A indicación de su maestra, agrega algunas cucharadas de agua y, con movimientos envolventes, procede a mezclarlos con parsimonia, utilizando los dedos de la mano derecha, mientras que con los de la izquierda sostiene el táper, para que no se mueva. La sensación que le produce a través del tacto la combinación del Ace con el agua es relajante y estremecedora a la vez, pues empieza a sentir una leve dentera por el crujido que resulta de la frotación de sus dedos con el detergente. Conforme avanza el batido, con ojos sorprendidos, advierte cómo la mezcla se va transformando en una suave masa blanca y moldeable como la nieve. En su candidez, Rubén se entretiene un buen rato en hacer montañas y picos elevados que, luego de unos segundos de existencia, desbarata para formar nuevas figuras.

“Agreguen algunas cucharadas más de agua ―ordena la maestra ―si se seca la masa ya no podrán moldear su arbolito”. El niño, al igual que sus compañeros, agrega el líquido a la mezcla y sigue batiendo para mantener la consistencia. El silencio es inusual y envolvente, interrumpido solo por el sonido de algunas respiraciones entrecortadas. Todos están emocionados. “¡Un arbolito navideño hecho por mis manos!”, piensan los pequeños.

“Ahora, saquen la ramita y la botella de vidrio que trajeron; vamos a empezar a trabajar”. Todos los niños ponen sobre la mesa lo solicitado. La botella de Rubén, que alguna vez contuvo un fino vino tinto, es producto del reciclaje al que se dedica su madre como labor de subsistencia. La ramita es de un arbusto seco que mamá también tuvo el buen gusto de escoger, guardando las características de un árbol en miniatura, tal como lo sugirió la maestra.

Siguiendo las precisiones de la docente, el niño fija primero la rama seca dentro de la botella. Después, con la ayuda de un viejo pincel, aplica gruesas capas de la masa blanca sobre toda su superficie, tratando de lograr los detalles rugosos que recuerda haber visto en los árboles que diariamente acompañan su recorrido a pie, de su casa al colegio y viceversa.

Transcurridos muchos minutos, mágicamente, la botella y la rama se han fusionado en un solo elemento, simulando ser el tronco ramificado de un añejo árbol de roble, cubierto por las nieves de algún país nórdico.

Mientras esperan que las maquetas sequen pronto, ayudados por el sol abrazador que inunda el patio de la escuelita estatal, Rubén proyecta que este hermoso árbol de navidad irá al centro de la única mesa que tienen en el comedor de su casa. Su mamá seguramente se alegrará mucho y le preparará su plato favorito: arroz con huevo frito.

Una vez secos, los árboles son ataviados con orlas de papel metálico de colores y tiras de campanillas brillantes. Luego, la maestra guarda cada árbol en una bolsa de plástico transparente, amarrada por un lazo rojo de cinta de agua, para entregárselo a cada estudiante. Rubén observa su árbol y se dice para sus adentros que es el más bonito.

A la hora de la salida, Rubén acelera el paso, desbordando felicidad e impaciencia por entregar a su madre el trabajo que lleva en brazos. Al pasar por la cebra peatonal, mientras el rojo del semáforo detiene a los coches, su mirada se topa con la de otro niño que regresa también de otra escuela, sentado en la parte trasera de un automóvil y que sostiene sobre su regazo una réplica de árbol de pino verde en miniatura, ataviado con bombas doradas y luces led que por ahora están apagadas. Las miradas de ambos niños se quedan fijadas en lo que lleva el otro, y el tiempo parece no transcurrir, rompiéndose el trance solo cuando los vehículos sueltan los bocinazos de alerta segundos antes del cambio de rojo a verde.

Rubén, con la mirada gacha, ya no camina tan rápido como antes, pensando en la belleza de árbol que acaba de ver. En el automóvil, el otro niño también se ha quedado pensando en el hermoso trabajo manual que llevaba Rubén en brazos, y que él quizá nunca aprenda a hacer…

     
 

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