El hombre del bombo

Ps. Richard Borja
Director Instituto Peruano de Psicología Política

Las grandes historias nunca son tales, sin grandes personajes, eso lo sabía bien Joseph Campbell, extraordinario escritor y mitólogo estadounidense, autor de las Máscaras de Dios y El camino del héroe. Así, el glorioso colegio Leoncio Prado tuvo en cada época muchos personajes de esos entrañables, muchos de los cuales avivan las crónicas de ese Huánuco del ayer.

No estaría bien que use este espacio para narrar mis sentimientos y emociones; pero, creo que incluso los sentimientos tienen valor público cuando se nutren de eventos históricos como el aniversario del colegio más antiguo de Huánuco, que cumplió 195 años este 24 de mayo. Emociones que repasan como en un álbum de figuritas o en uno de esos visores naranjas que atadas a una cadenilla servían de atractivo para quienes a la salida del colegio corrían a comprar una lengua de mazamorra al llamado de ¡ayy que rico! Sí los noveles lectores nacidos a partir del nuevo milenio no entienden, seguro, lo entenderán esos orgullosos ochenteros de la 96, mi promoción.

La vida en el colegio Leoncio Prado, para un estudiante de mi época, no era todo lo malo que los psicólogos de este tiempo podrían creer. Había algo de eso que ahora se conoce como bullying, pero un alto fervor por ciertos valores como la lealtad, la fraternidad, la solidaridad y esa resiliente búsqueda de un espacio dentro de la comunidad educativa que permitía acoger con dignidad y sin lamentos la broma y la chapa asignada, de la cual no se salvaban ni los profesores ni directivos. Este pacto social de convivencia libre no sólo nos ponía en el marco de las aventuras adolescentes; sino también, fueron sembrando lo que con los años es un sentido de pertenencia y orgullo por ser leonciopradinos. Eso lo sabemos todos quienes cantamos a viva voz el himno del colegio, mientras ya lejos de las aulas y en una pausa de las cotidianas responsabilidades profesionales y familiares recogemos los frutos de esa amistad forjada en esos tiempos. Una amistad que, sin embargo, no estaría cohesionada sin la apasionada vocación integradora de algunos de esos muchachones. Uno de ellos, es el hombre del bombo.

Mi promoción se ha dado por autonombrarse «Rey de Copas», en mérito a los reiterados trofeos ganados en los campeonatos de exalumnos; y bueno, también por esa vocación muy «leonciopradina» de celebrar los triunfos, las derrotas, las risas y la maravilla del sol paseando por el cielo azul de esta tierra de vientos. Así, la imagen de los campeonatos del colegio serían opacas sin la presencia de los talentosos jugadores de la 96, del Brujito, de Anchón, del Negro Ardiles, entre otros; sin embargo, creo que la mejor estampa de esos fervorosos momentos es para Pedro Ramsés, quien  durante todo este tiempo, no sólo ha sido el primer hincha del equipo; sino, el más preocupado integrante de la 96 alentando y motivando la alegría de una fraternidad existencial que recorre todos los momentos que ocupa la vida, los alegres y festivos, como también los tristes y desgraciados por los cuales pasamos todos quienes tenemos la membresía de esta promoción.

Pedro Aníbal es el hombre del bombo, no solamente por la imagen del hincha que golpea con emoción ese instrumento en los campeonatos; sino, porque el bombo marca el paso de un batallón y retumba el orgullo o el valor de quienes acompañan la marcha, una marcha que se perdería entre las circunstancias particulares de cada quien, si el hombre del bombo no insistiera en golpear fuertemente para que todos los demás no pierdan de vista esas viejas imágenes del pasado que se renuevan en cada momento compartido, lejos de las aulas ya, pero firmemente arraigados a sus recuerdos y a la cosecha de esa amistad que resiste el paso del tiempo, las modas, los cambios culturales y las formas en que ahora se viven la educación y el colegio. Seguramente las nuevas generaciones tendrán sus personajes y quienes toquen el bombo o lo que sea; pero el que corresponde a nuestra generación, es el buen Pilo, quien siempre nos recuerda que ser leonciopradinos es un honor y ser de la 96, es un orgullo… ¡96 Fi, fi, fi!

     
 

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