El pensamiento automático en nuestra política

Ps. Richard Borja
Director Instituto Peruano de Psicología Política

En tiempos de agitación la serenidad es un bien escaso, por ello es importante y esquivo a la vez. Ya hace unas décadas (1974), dos psicólogos israelíes; Amos Tversky y Daniel Kahneman, revolucionaron la forma en que se entiende la forma y mecanismos del pensamiento; presentándonos ciertas reglas que explican como es que nuestro cerebro puede confundirse y confundirnos.

A partir de dichas  aproximaciones, hoy es de consenso que las personas tenemos dos tipos de pensamiento; o dos sistemas de pensamiento; uno rápido y automático y otro lento y reflexivo; el primer sistema se caracteriza por ser poco o nulamente controlado; es decir surge como una respuesta casi instintiva en base a las experiencias o preconceptos adquiridos; lo que se conoce como heurísticos; en este tipo de pensamiento casi no se realiza esfuerzos, pues se basan en la asociatividad y las relaciones conceptuales o de experiencias, casi inconsciente y empaquetado en una actitud de experto. A contraparte, el sistema dos, es un pensamiento de tipo controlado y lento, más deductivo y autoconsciente, por ende, más laborioso y sujeto a reglas formales que le garantizan ese control del que se nutre.

Los seres humanos usamos ambos sistemas de pensamiento, pero por ejemplo en cuestiones o asuntos políticos, la mayoría configura sus posiciones y opiniones dentro del primer sistema, aquel que es automático, poco controlado y muy fijado a nuestras actitudes previas, por esa razón nuestra respuesta a los eventos políticos suele ser más instintiva y determinada por los elementos heurísticos que se sitúan en torno a dichos eventos. Conclusiones de este tipo pudieron resaltarse luego de unos experimentos realizados por psicólogos europeos y publicas en la más importante revista de divulgación e investigación política de Gran Bretaña, en ella descubrieron, por ejemplo, que la mayoría de quienes piensan en automático, tienen una valoración negativa de la política, de su uso y funciones, llegando a niveles despectivos y de rechazo en muchos casos. Eso, sin embargo, no es lo más grave. Lo más grave es que ese negativismo y valoración rápida de los eventos políticos, hacen que su participación dentro del sistema democrático sea fallida, pues al responder instintiva y emocionalmente a la oferta institucional que la democracia brinda, se aleja de un principio fundamental de la vida democrática, que es la valoración más reflexiva de lo que significa el poder y el encargo de dicho poder.

Cuando nos preguntamos por las causas de la ingobernabilidad en el país, por la inestabilidad que nos ha llevado a tener seis presidentes en seis años; sin duda hallaremos factores relacionados a brechas sociales abiertas, dificultades para integrarnos culturalmente, el descarrilamiento de la representación institucionalizada y la corrupción que se ha convertido en actitud nacional. Pero también hallaremos en la prevalencia del pensamiento automático para tomar decisiones políticas, explicaciones que valen la pena atender y revisar desde el sistema dos de pensamiento, es decir, con laboriosa reflexión controlada. Esto es vital para devolverle sentido a la democracia; pues de otro modo, seguiremos cediéndole paso a los instintos despectivos y en lugar de construir, estaremos destruyendo su valor.

La verdad es que todos estamos sumamente condicionados y sesgados y no nos damos cuenta de ello, sacamos conclusiones rápidas con muy poca información y creemos saber lo que no sabemos, asumiendo ese papel de expertos en todo, sobre la base de sesgos y condicionamientos propagandísticos y emocionales; esto lo saben bien los que trabajan en el mundo del marketing, tocar las emociones para suplir las razones, funciona muy bien en el activismo político, aunque no es lo ideal.

Kahneman decía que las personas votan u opinan con mucha facilidad sobre cosas que no entienden nada, y que eso era parte de la tragedia democrática. Por ello, aunque suene a invocación en el desierto, la actual coyuntura por la que pasa el país, nos exige serenidad, pensamiento reflexivo lento y racional; no respuestas automáticas y reactivas que sólo van a contribuir a expandir dicha crisis, hasta que, en algún momento, sus efectos nos alcancen a todos.

     
 

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