El sentido común, la ciencia y la agenda 2030

Ps. Richard Borja
Director Instituto Peruano de Psicología Política

La ciencia es el vehículo que le ha permitido a la humanidad avanzar cuantitativa y cualitativamente en toda su corta pero estimulante historia. Su valor es innegable. Y aunque su uso no es proporcional a su valor, es necesario mencionar que también tiene sus espacios de sombra, sus brechas críticas por donde se puede fisurar seriamente ese valor logrado y ganado, cediéndole paso a ese viejo conocido, extraviado y vuelto a ser hallado: el sentido común.

Aristóteles asumía el sentido común de manera literal, como esa forma que tenemos las personas para percibir del mismo modo los mismos estímulos. Una flor roja siempre será una flor roja a los ojos de los seres humanos. Dichas percepciones deberían generar similares sensaciones en todos. Con el tiempo esa concepción aristotélica abarcó el ámbito del razonamiento y del comportamiento para asumir patrones de respuesta conductual ante situaciones similares; por ejemplo, ante un sol ardiente el común de la gente optará por protegerse en las sombras.

Con el advenimiento de la ciencia experimental y con el auge de las investigaciones el sentido común fue perdiendo espacio, pues si esta es conocida como la sabiduría popular, el conocimiento científico —aunque nunca lo reconozca— es la sabiduría de las élites. De tal modo que la forma en que el pueblo asume las cosas resulta contrario a la visión de las élites.

La ciencia se ha convertido en la guía de las decisiones globales y en la fuente y el canal por el cual discurren las políticas que mueven a la nueva sociedad de naciones»

Sin embargo, la ciencia se ha convertido en la guía de las decisiones globales y en la fuente y el canal por el cual discurren las políticas que mueven a la nueva sociedad de naciones con la sabiduría de las mayorías y sus expectativas; eso se traduce, por ejemplo, en la avasallante avanzada de la agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible que en estos momentos constituyen la receta de las élites para unificar un gobierno global para toda la humanidad y en conjunto atender 30 desafíos que por su descripción, sería imposible estar en contra. Objetivos como «poner fin a la pobreza y al hambre» o «combatir el cambio climático» suenan como promesas llenas de esperanza e ilusiones, pero que sin embargo encuentran resistencias entre la gente llana.

Sin embargo, las bases mismas de estos objetivos han sido cuestionados por diversas voces que ven en dichos objetivos una amenaza para la libertad humana y el diluimiento de las soberanías nacionales; ello en base a perspectivas críticas que observan que los objetivos pueden ser moralmente atractivos; pero su instrumentalización y camino para llegar a ellas no resultan del todo agradables, pues llevarían implícitas el evaporamiento de la condición humana y su capacidad de autogobernarse. Dichas críticas han golpeado a la ciencia misma, acusándola de estar politizada y responder a la demanda ideológica de las élites globales, quienes mediante millonarios aportes subvencionan gran parte de los trabajos de investigación que le dan soporte a la agenda 2030.

Sólo como ejemplo, hace unas semanas una boxeadora trans fue suspendida del Campeonato Mundial de Boxeo Amateur en la cual peleó contra una mexicana y a quien había lastimado duramente en el combate. Cuando uno ve esos vídeos, la diferencia física, muscular y de fuerza, es definitivamente desigual. En España, en atención a la agenda 2030, se acaba de aprobar una ley trans, a partir de la cual, cualquier persona puede cambiar de sexo y de identidad a sola declaración y voluntad, pasando con ello a recibir los beneficios legales que en ese país ya favorecen a las mujeres. En los últimos días, cientos de varones han acudido a cambiar su identidad, muchos de ellos con aspectos marcadamente masculinos, como la barba y la masa corporal.

Es evidente que estos excesos respaldados por investigaciones científicas y que forman parte de la agenda 2030, han tenido como efecto y respuesta el retorno del sentido común, como una bandera de libertad y de sensatez que reafirma el carácter crítico de la humanidad.

     
 

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