Glory Hole, novela de Danilo Illanes
DETRÁS DE una casi criptográfica expresión Danilo Illanes (Cerro de Pasco, 1961), ha levantado un universo dramático poblado por seres cuyos destinos están marcados por la fatalidad. Ellos conviven en un espacio sobre el cual pende la espada de Damocles, de inevitable y próximo desprendimiento. Ese espacio se instala en el mundo minero y está representado por la denominación que da título a la novela, frase que, según información contenida en sus propias páginas, «la trajeron los americanos, allá por los años cincuenta» y que «con el tiempo (…) dominaría la región cuando de hablar de minas se trataba».
En este sentido, Glory Hole (Lima, Mesa Redonda Editorial y Librería S.A.C, 2021), es una novela que, desde el título, nos plantea el reto del desciframiento. Sobre el particular, Saúl Herrera, un personaje de la modernidad instalado en el mundo tradicional de la mina, en ese juego de contrarios frecuente en la novela, le pregunta a su computadora y obtiene un conjunto de respuestas, todas ellas orientadas hacia la concupiscencia. Sin embargo, como una lucecita al final de su búsqueda, aparece la acepción clave: «Grandes agujeros en la tierra originados por extracción minera».
Ciertamente, la expresión Glory Hole, en este caso, alude a la actividad minera: «agujeros» en la tierra, especie de «cráteres» en el terreno, tan horadados que terminarán colapsando. Estas son las ideas esenciales de la novela, que trasladarán los sueños y pesadillas de la población a la tragedia como desenlace inevitable.
La figura que se erige en este universo, al margen de otras igualmente llenas de conflictos existenciales que se engarzan con la historia central, es la de Antonio Vergara, una mezcla del Martín Santomé de La tregua de Benedetti (planea recomponer su vida después de su jubilación, con resultados inesperados), y del Gregorio Samsa de La metamorfosis de Kafka (empequeñecido en los socavones, desconcertado, causante indirecto de los apremios económicos de la familia y, finalmente, aplastado), pues su vida va de la mano con la historia del socavón que trasunta oscuridad, laberinto y muerte.
En busca de su jubilación anticipada para resarcirse de la enfermedad que lo aqueja y evitarse arribar a un mundo distópico en la edad provecta, Vergara se convertirá en el paladín de los mineros frente a la angurria de la empresa minera, pero tendrá que internarse en los túneles subterráneos de la mina en procura de la sobrevivencia, la suya y la de sus compañeros. Y en lo que suponía iba a ser su despedida de los socavones, se ve atrapado por el clímax de la novela. Entonces su conducta se eleva a niveles épicos al conducir a sus compañeros por los enmarañados y tenebrosos túneles de la mina en busca de la salvación. El sino trágico es inevitable, pero la ambigüedad de su suerte, hábilmente manejada por el autor, está rodeada de rasgos mágicos y sugerentes valores connotativos.
Pero, además, el personaje tiene también su historia personal y, dentro de ese marco, simbolizará el enfrentamiento entre el deseo de vivir, a pesar de la enfermedad que lo aqueja, contra la frivolidad y el afán de mantener la economía de su entorno familiar. Igualmente, el enfrentamiento entre la ciudad y la mina, entre los edificios y los cerros, con todas las connotaciones, básicamente sociales y económicas, que aparecen sutilmente ilustradas por el autor. Vergara es, asimismo, el hombre que viene del mundo de arriba para internarse en el mundo de abajo y, de esta manera, también se avizora la oposición entre la imponente modernidad capitalina y la resistencia del mito y la religiosidad andinas.
En uno de los apartados, por ejemplo, la intromisión el mundo de arriba, el mundo urbano, está marcada por el uso de la computadora, tecnología que pone sobre el tapete la existencia de «analfabetos digitales», en el mundo de abajo. Sin embargo, contra la máquina moderna se impone la «intuición minera», extendida, además, hacia la plasmación de todo un fresco que retrata a la comunidad, sus creencias y religiosidad populares.
Otros personajes emblemáticos como Matías Trivio, el Mocho peruano; o Justo Mamani, el Místico; o las féminas insertadas en la sensualidad rutinaria de la vida de los hombres de la mina, complementan todo un cuadro de complejas vivencias. Todos ellos son víctimas del peligro obsesivo que reina en la comunidad. Pero ese peligro que culminará con la inundación no es eventual, en realidad siempre ha existido y ha convivido con los moradores. Esa es la vida permanente para ellos y los acosa de día y de noche, es decir durante su vigilia y durante sus noches. En este último sentido juegan roles importantes los procesos oníricos que forman parte de todo su ciclo vital.
Como es de verse el impacto de la novela no radica en cuál será el acontecimiento final que marcará el desenlace, pues este parece cantado, sino más bien en el enmarañamiento novelesco de la vida de los personajes, sus conflictos, sus creencias, sus luchas personales, sus presagios, sus sueños, sus pesadillas, sus debilidades, etc. Todo ello contribuye en el alargamiento dramático, la tensión narrativa y la incidencia más en el cómo que el qué. De esta manera el impacto de la anécdota final va de la mano con la pintura del ambiente minero.
La paradoja final de la obra se registra cuando la desgracia ocurrida en este mundo minero, mundo de hombres, es investigado por una joven mujer. En este mini apartado se inserta una historia colateral con singulares rasgos que realimentan el suspense de la novela.
Estos y otros componentes en la vida del minero y su entorno, como sus potencialidades y debilidades humanas exploradas con hábil sutileza, hacen de Glory Hole una novela fascinante de múltiples aristas.