La formación política

Rubén Valdez Alvarado

El desvelamiento del inadecuado uso del Financiamiento Público Directo por algunos partidos políticos, fondo administrado por la ONPE, pone una vez más al descubierto la ausencia de esa misión política que demanda el país de los mismos; es decir, pesa más la repartija de los fondos públicos que el fortalecimiento político partidario, entre otros aspectos, como la formación política.

En otras épocas, la mayoría de los partidos políticos, incluso los más pequeños, hacían algunos esfuerzos para formar a su militancia, particularmente, en torno a la ideología del partido. En algunos casos gravitaba más el fanatismo político. El pragmatismo, que viene desde los 90, ha reemplazado la militancia por operadores, portátiles, accionistas, empleados, seguidores o fans de los partidos o movimientos, con ciertas excepciones, por supuesto. Esto conllevó a debilitar más el concepto de militancia política.

También muchos se inscriben en los partidos políticos bajo la perspectiva de asegurar su futuro; es decir, ven como una bolsa de trabajo o como una oportunidad para hacer negocios cuando el partido, que los acoge, acceda al poder. No nos referimos a los grandes aportantes o financistas de los partidos que tienen otra connotación, sino a la militancia de a pie, a las llamadas bases partidarias. Esto explica, en gran parte, el poder sobre el copamiento partidario de los diversos sectores e instancias de la administración pública, muchas veces sin contar con los méritos profesionales o técnicos requeridos.

El nivel de formación política de la mayoría de las autoridades electas, en todo el territorio nacional, es muy bajo»

El Partido Morado, en la línea de la democracia interna y el fortalecimiento institucional con algunas limitaciones, ha puesto en marcha un proceso de formación de su militancia y cuadros políticos en temas como democracia, gobernabilidad, gestión local, derechos fundamentales, desde la óptica del centro político. Los candidatos al Congreso, en su mayoría, previamente fueron capacitados en gestión parlamentaria. Más allá de su revés político en las últimas elecciones, estemos de acuerdo o no con su doctrina, es importante rescatar esa praxis de institucionalidad política partidaria, muy venida a menos en el Perú. En la otra ribera, es plenamente cuestionable el adoctrinamiento de la militancia basado en la propaganda de los intereses particulares de la cúpula partidaria y su entorno, carente de visión de país y, lo lamentable, con fondos públicos.

El nivel de formación política de la mayoría de las autoridades electas, en todo el territorio nacional, es muy bajo. En cuanto a percepción se refiere, sobre desarrollo social, económico y cultural, incluso desde el enfoque territorial, es paupérrima. A pesar de contar con los recursos económicos, no mejoran mucho los indicadores de desarrollo social y de competitividad regional. Con las excepciones respectivas, no existe una articulación real entre los planes del CEPLAN y los planes concertados de desarrollo local y regional; casi todo queda en el tintero y priman más las acciones efectistas y populistas de corto plazo.

Prestigiosas universidades del país, desde hace muchos años, llevan a adelante diplomados y maestrías en gobernabilidad, gerencia pública y social; asimismo, el JNE cuenta con su Escuela Electoral y de Gobernabilidad; está también en el espectro académico la Autoridad Nacional del Servicio Civil (Servir). Pero, para ejercer un cargo político, nada de eso importa. Sin embargo, muchas veces, toman decisiones improvisadas y al margen de las reales necesidades de la población.

Con el destape, sobre el mal uso del Financiamiento Público Directo de los partidos políticos, se pone en cuestión, no solo la ausencia de una adecuada supervisión de los fondos públicos, sino también el diseño de dicho financiamiento. Lo arriba descrito, más este último caso, obliga a revisar los alcances del financiamiento a los partidos políticos y apostar por el profesionalismo y la meritocracia política.

     
 

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