La luna de estos días

La semana pasada la luna estaba aún en creciente, de modo que desde las tres de la tarde podía apreciársela, nítida, sobre el cielo huanuqueño, que como nunca, lucía intensamente azul.

En una de esas tardes levanté la mirada, como casi siempre lo hago, y oh, sorpresa: nuestro satélite estaba, blanquísima, guiñándonos feliz, desde sus dominios azules.

Agudicé la visión y vi que en lo alto un avión empequeñecido por la distancia cruzaba el firmamento acercándose a la posición de la luna e iba a pasar justamente debajo de ella. Fue un espectáculo insuperable. El reflejo plateado de la aeronave competía con la albura del astro que rota alrededor de nuestro planeta antiguo.

En un tiempo indeterminado, la luna (eterna viajera) y el avión (viajero esporádico) confluyeron por un segundo en el mismo espacio, cruzando sus reflejos ante mis ojos atónitos. Segundos después, la nave se alejó rápidamente y se perdió muy al sur de nuestro cielo. Hubiese dado lo que sea para estar en ese avión y desde la ventanilla apreciar a la luna, mi amiga, desde un poco más cerca. Y tal vez corresponderle con otro guiño…

Pero la luna, como el Ave Fénix, renacerá en unas semanas y aparecerá ante nuestros ojos, renovada y purificada de malos presentimientos…

Unos días después, al borde de las cinco de la tarde, la luna apareció ya un poco más grandecita por el este, por sobre las cumbres del Paucarbamba. Como siempre avanzaba con lentitud cielo arriba y ya estaba enseñoreándose de su feudo azulino. En ese mismo momento, bandadas de gaviotas blancas que habían estado buscando alimento en las aguas del Huallaga, alzaron vuelo repentino y se elevaron hacia el espacio. Allá arriba, las gaviotas se confundían en sus vuelos aparentemente erráticos, pero bien vistos esos vaivenes aéreos, incluidos sus chillidos agudos, eran parte de su rito vespertino que cada tarde cumplen, minuciosas, antes de irse a dormir no se sabe dónde.

Lo fascinante era que en esos revoloteos, acrobacias y planeos magistrales, las gaviotas, dueñas y señoras del aire, parecían rendirle culto a la luna, pues daba la impresión que sus sobrevuelos lo hacían a sabiendas alrededor de ella. El espectáculo sin par protagonizado por esas aves advenedizas y bullangueras junto a la luna quedará grabada en mis retinas para siempre jamás…

Pero una cosa es contemplar a la luna de día y otra, muy distinta, de noche. La luna es esencialmente nocturna y es allí en donde su luz se expande en toda su dimensión, circunstancia exacta para admirarla en su belleza plena, única, irrepetible. Como hace dos noches atrás.

Debería ser la una de la madrugada aproximadamente, había casi un silencio absoluto y la luna, grande y hermosa, estaba sola y triunfante en la cúspide del cielo nocturno. Como su luz era imponente, opacaba a las estrellas cercanas y por ello, muy a la distancia, podía observarse las pequeñas y leves lucecitas que titilaban humilladas ante el brillo selenita.

El destino me deparaba nuevamente una sorpresa igual de irrepetible. Muy a la distancia se acercaba hacia la luna un par de luces rojas e intermitentes avanzando de norte a sur. Era un avión que seguramente venía desde muy lejos, que quizás había cruzado océanos, montañas y florestas para coincidir con la luna mientras yo estaba contemplándola desde la tierra. Inicialmente pensé que se trataba de una ilusión óptica, de una visión distorsionada. No puede ser, dije para mis adentros; me froté los ojos para ver mejor y ahí estaba ese avión pasando muy cerca de la luna indiferente. El avión se alejó muy pronto siguiendo su invisible ruta y en unos segundos más se perdió también en el lejano sur, tal como lo hizo el otro avión unos días antes. Una vez más hubiese dado lo que sea para estar yo en ese avión y contemplar a la luna desde la ventanilla, aunque sea por un par de segundos…

Ahora estamos en luna llena y, como siempre, en unos días más (o mejor en unas noches) la luna empezará a salir por sobre las cumbres del Paucarbamba cada vez más tarde. También empezará a languidecerse hasta desaparecer completamente. Así ha sido siempre la relación de la luna, el hombre y este planeta moribundo que habitamos. Pero la luna, como el Ave Fénix, renacerá en unas semanas y aparecerá ante nuestros ojos, renovada y purificada de malos presentimientos…

Huánuco, 25 de mayo del 2021.

     
 

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