La política al servicio del bien común

Edgardo Espinoza A.

Estamos tan próximos a las Elecciones Generales del 11 de abril en las que el pueblo soberano va a elegir para que el elegido gobierne el país en nombre de todos los peruanos. Siendo la política una de las formas más preciosas de la caridad, porque está al servicio del bien común. Aquí ya no priman los intereses personales, favores a los grupos de poder, buscar enriquecerse, como nos lo dirá José Mujica Cordano, expresidente de Uruguay: «Hay gente que adora la plata y se mete en la política. Si adora tanto la plata, que se meta en el comercio, en la industria, que haga lo que quiera, no es pecado, pero la política es para servir».

¿Y como representar al pueblo? Primero con la palabra ética la honradez y este es un valor humano, un valor cívico, un valor social en el que no se debe tocar lo que no te pertenece, administrar bien los recursos fruto del aporte de todos los peruanos.

De ordinario, para seleccionar el personal para que gobierne un país o para que trabaje en una empresa primero se atiende a las cualidades intelectuales (títulos, honores, etc.) y psíquicas (examen psicológico, entrevistas, etc.) de los candidatos. Pero se tiene menos en cuenta las condiciones morales, cuando esta acción es categórica. Sería bueno no olvidar que está en juego un papel decisivo en la forma de actuar del hombre en la vida privada y en la profesional. 

Esperemos que la gente atine bien en elegir a los candidatos que están en carrera por llegar al palacio de Pizarro.

Quisiéramos que nuestro futuro gobernante no sea el bonachón, el populista que quiere contentar al pueblo con migas que luego termina en interminables y largas colas soportando los azotes de la naturaleza: frío, calor, lluvia. Darle dinero al pobre no es la solución ¿hasta cuándo? Sabemos que esto es un remedio temporal que no es consistente y sostenible en el tiempo.

Hay que poner en el centro la dignidad de cada ser humano y asegurar el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades. Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente el hambre y la miseria.

Los peruanos necesitamos un trato y una vida digna. Que doscientos años de independencia se note en la calidad de vida de los más olvidados y lejanos que aportan al desarrollo del país, que sin tener buenas carreteras nos hacen llegar el fruto del trabajo a nuestras mesas.

Se tiene que crear un país más justo, solidario y promotor de la paz. Queremos vivir en una cultura de paz, de sosiego en el que la vida de nuestros niños y jóvenes sea sana. Y este derecho a vivir con dignidad, no se le puede negar a nadie.

La lucha contra la pobreza no puede terminar en pequeñas obras de caridad, sino en algo concreto: en una vivienda digna, una educación de calidad, una asistencia médica a través de las postas, con óptimas carreteras. Eso es una política digna, una política al servicio del bien común.

Juan Pablo II escribió en la Encíclica Veritatis Splendor magistralmente lo siguiente: «En el ámbito político se debe constatar la veracidad en las relaciones entre gobernantes y gobernados; la transparencia en la administración pública; la imparcialidad en el servicio de la cosa pública; … el uso justo y honesto del dinero público; el rechazo de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener o aumentar a cualquier costa el poder, son principios que tienen su base fundamental —así como su urgencia particular— en el valor trascendente de la persona y en las exigencias morales objetivas del funcionamiento de los Estados». Tan apropiado y contundente las palabras de Juan Pablo II.

Tiempos difíciles vivimos, pero, no imposible de ser mejores cada día. De hecho, buscamos el bienestar y la felicidad de todos, así el hombre feliz tiene paz consigo mismo.

Para los romanos eran tres las claves para llevar una existencia positiva: «honesta vivere, alterum non ladere et suum quique tribuere». Es decir: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo.

     
 

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