Lágrimas, liderazgo y solidaridad
A despecho de lo que mucha gente cree, dicen que las personas que lloran en situaciones críticas suelen ser emocionalmente más fuertes que aquellas otras que no lo hacen.
Quizás a usted eso le parezca discutible, pero no tanto –imagino- que cuando se llora ante una crisis, o frente al dolor de otras personas, lo que se demuestra es empatía. Es decir, capacidad para hacer suyos los sentimientos y emociones de los demás.
Eso ha sido para mí, lo que hemos visto hace poco cuando el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, al referirse a la situación de la pandemia de la covid-19 en el mundo, sin poder evitar conmoverse, lloró.
Tedros ha dicho, reiterativamente, que no se podrá vencer la pandemia divididos. “Mis amigos, no se equivoquen. La mayor amenaza que enfrentamos ahora no es el virus en sí. Más bien, es la falta de liderazgo y solidaridad a nivel global y nacional. No podemos vencer esta pandemia como un mundo dividido. El virus prospera en la división, pero se frustra cuando nos unimos”. Si las lágrimas del principal funcionario de la OMS no le convencen, espero que sus palabras sí.
Ha añadido Tedros que «solo una acción agresiva combinada con la unidad nacional y la solidaridad mundial pueden revertir la trayectoria de la pandemia». Sin embargo, hay quienes se resisten a entenderlo, y lo lamentable es que algunos de estos tienen muchísimo poder.
«Necesitamos un liderazgo adecuado, una población dispuesta a la solidaridad -de la que ha sabido dar tantas muestras- pero que debiera afirmarse en la responsabilidad»
No hay razón para dejar de decir aquí que el peligro mayor es Donald Trump. Parafraseando a Tedros, peor amenaza que el covid-19 para Estados Unidos es tener un presidente como él en esta circunstancia.
Desde su actitud de minimizar el peligro de la pandemia, su “recomendación” de probar inyecciones de desinfectante contra el coronavirus, que diría luego fue solo sarcasmo, y su hostilidad y abierta campaña contra la OMS, lo que ha hecho una y otra vez Trump es poner en peligro la vida de los estadounidenses, y amenazar la salud de toda la humanidad. No ha sido, sin embargo, el único.
La falta de liderazgo que ha mencionado el director de la OMS se observa también en la ausencia de iniciativas para encontrar salidas regionales a la crisis, y me refiero específicamente a la escasa concertación que se advierte entre, por ejemplo, los países de América Latina y el Caribe.
Debió haberse entendido ya que, si no se trabaja juntos y se sigue desdeñando la urgencia de la mutua cooperación, ningún país podrá tener la garantía de haber superado la pandemia.
Ya sabemos que la covid-19 no se ha detenido en ninguna frontera, “no le importan nuestras diferencias políticas y no tiene en cuenta las distinciones que establecemos entre salud y economía, vidas y medios de vida. La pandemia los ha afectado a todos”, ha dicho Tedros, y no le falta razón.
Frente a ello, liderazgo y solidaridad es lo más importante. Y el peor ejemplo de uno y de otra sigue siendo Trump. Ya ha dejado entrever que no está muy dispuesto a compartir la vacuna contra el coronavirus -si acaso la logran desarrollar primero- con otros países, y podemos recordar su tentativa de comprar una compañía alemana que trabaja en esta vacuna, para utilizarla de forma exclusiva.
Si eso pasa en el mundo, y hay que reconocer que eso escapa de nuestro control, no debiéramos resignarnos a situaciones parecidas en nuestro país. Necesitamos un liderazgo adecuado, una población dispuesta a la solidaridad -de la que ha sabido dar tantas muestras- pero que debiera afirmarse en la responsabilidad.
Estemos o no de acuerdo con las medidas tomadas por el gobierno, no debemos dejar de cuidarnos, y de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para cuidar a los demás. Así como en el mundo, nosotros no podremos estar seguros de habernos librado de ese virus, si no sucede lo mismo con nuestros familiares y vecinos. El “cada uno baila con su pañuelo” es vergonzoso, y a la larga ineficaz.
La situación es aún grave, y seguimos viviendo en medio de la incertidumbre y el dolor. Llorar puede ser una expresión de empatía y solidaridad, que ojalá se convierta en compromisos para actuar con sabiduría y dignidad.