Llamada ganadora
—Aló, ¿con el profesor Dominic de Razonamiento Verbal? —dijo la voz en el celular.
—Sí, soy yo —dije, intrigado—. ¿Con quién hablo?
—Soy Óscar Carlos. Lo llamo para saber si dicta clases particulares.
—En estos momentos tengo el horario copado —dije todavía intrigado.
—Se trata de clases virtuales para mi hija que vive en Lima. ¿Podría?
Me quedé callado unos segundos, verificando la posibilidad de hacerlo desde la comodidad de mi hogar.
—Usted propondría el horario, profesor. El pago será por adelantado.
—¿A qué universidad se va a presentar su hija? —dije con curiosidad.
—A la Universidad Cayetano Heredia, en el examen por Factor Excelencia.
Volví a quedarme callado. Esta vez, con el compromiso de que estaban confiando en mí para una misión delicada.
—¿Aló, profesor? ¿Será posible?
—Claro, está bien —dije—. Déjeme ver un horario adecuado para poder reunirme con su hija.
—Está bien, profesor. Lo llamo más tarde para conocer su disposición y arreglar el pago.
Culminó la llamada.
Desde el pasillo donde estaba, podía oír las voces y gritos de los alumnos en el aula, a quienes había dejado solos por un momento para contestar la llamada.
Volví con el ceño fruncido y la mirada seria.
—A ver ¾dije en voz alta—, a ustedes no se les puede dejar ni un minuto solos.
—Profe, ya terminé —dijo un alumno con el cuaderno en alto.
—Yo también —lo imitó otro alumno.
—Yo también acabé —dijo una alumna, sonriente.
Me acerqué a sus carpetas para revisar lo que habían escrito respecto al análisis de un texto. Sus rostros denotaban triunfalismo y jactancia. Eran alumnos del segundo grado de secundaria, bastante adolescentes, con el cuerpo esmirriado y el rostro lampiño.
Al leer sus respuestas, con bastante pesar, comprobé que habían confundido el tema con la idea principal, que no entendían las preguntas de extrapolación, menos sobre tesis y argumentos. ¿Quién les había enseñado Comunicación el año pasado?
No les dije nada, solo asentí por compromiso.
Quise despreocuparme y esperar a que los demás acabaran. Total, no faltaba mucho para culminar la hora, y, como me había dicho un colega, no eran mis hijos como para preocuparme demasiado. Además, les faltaba algunos años todavía para alcanzar el quinto grado de secundaria y tomar en serio los estudios.
Entonces, me dirigí al escritorio y me senté a pensar en la llamada que había tenido. El señor Óscar Carlos habría recibido alguna referencia mía como docente preuniversitario, alguien me habría recomendado como profesor de Razonamiento Verbal para enseñarle a su hija. ¿Pero para postular a la Universidad Cayetano Heredia? Mi ámbito, más que todo, era departamental. Como un autómata, saqué el celular y consulté en el buscador de Google por el examen Factor Excelencia. Me informé que se trataba de un examen solo para alumnos de quinto año de secundaria que ocupaban el tercio superior, es decir, que tenían un promedio destacado. Y en cuanto al temario del curso que me concernía, Comprensión de Lectura, la evaluación era en todas sus dimensiones, no como lo planteaba el Ministerio de Educación en el Currículo Nacional y se ejecutaba solo en colegios estatales. Entonces, sorprendido y entusiasmado, me percaté de que era posible que los estudiantes que tenía en frente, más adelante, pudieran optar por postular en un examen semejante, si no el mismo, solo había que motivarlos y prepararlos más allá de lo que demandaba el Ministerio de Educación. ¿Por qué no? ¿Acaso solo los que vivían en Lima tenían la opción de rendir la prueba Factor Excelencia?
Me puse de pie.
—A ver, muchachos, vamos a hacer algunos cambios en el curso —empecé.