Lo emocional sobre lo racional

Teresa Chara de los Rios

En todo proceso electoral hay un ganador. La autoridad política electa es legítima y precisamente gana esa legitimidad desde que se sometió a un proceso electoral, cumpliendo requisitos, reglas, etapas, resultando ganador porque tuvo el respaldo y aceptación de la mayoría de los electores, cualquiera haya sido la motivación.

Por otro lado, las elecciones presidenciales se han dado en situación de pandemia, de desempleo, incremento de la pobreza y denuncias de corrupción. La población estaba herida y desilusionada. La pandemia develó las grandes desigualdades en que vivimos los peruanos.  Es allí donde surgen líderes con un perfil antagónico a los líderes tradicionales. No tienen cualidades extraordinarias, no tienen un discurso coherente, solo repiten frases y lemas en cada lugar donde se presentan, pero tienen carisma y atraen a una población que está harta de un sistema que no los representa.

Cuando los líderes son carismáticos mueven emociones. Solo con verlos, las personas reconocen en ellos algo especial aun cuando solo sea imaginario. Reconocen en ellos algo extraordinario, los consideran superiores, su sola presencia genera una luz de esperanza en una población golpeada por los tiempos difíciles como la pandemia que trajo la pérdida de seres queridos, la falta de vacunas y otros más, adicional a la decepción provocada por aquellas autoridades que siempre han jugado con sus esperanzas.

En política, el factor emocional es medular. Ya no importa lo que diga el líder o como lo diga. La población siente la necesidad de creer en alguien que es totalmente diferente, porque la necesidad de creer en alguien viene desde lo religioso como, por ejemplo, creer en una divinidad que nos ayudará a resolver nuestros problemas. Debemos entender que una elección despierta emociones y pasiones. No pasa por la razón, por eso quizás no gana quien presenta el mejor programa o tiene las mejores propuestas, sino quien mueve más emociones.

No es fácil explicar las razones por las que los líderes carismáticos, aun sin experiencia ganan las elecciones, más aún cuando tuvieron que superar una campaña destructiva nunca antes vista en nuestro país. A más ataques, más plazas llenas. La población reconoce a estos líderes carismáticos como sus autoridades innatas. Las elecciones no son racionales, son emocionales.

Las carencias y desigualdades mostradas por la pandemia, hizo lo suyo. Si las elecciones generales se hubieran realizado en tiempos normales, probablemente hubieran ganado los líderes tradicionales. Pero ellos mismos fueron los que crearon esa situación caótica con la vacancia presidencial forzando los motivos, en un momento donde el expresidente contaba con un alto nivel de aprobación. Luego vino la inoperancia del Tribunal Constitucional que se lavó las manos, dejando pendiente nuevamente la interpretación por “incapacidad moral”.

Nuestro país históricamente siempre ha estado dividido. Solo basta leer la historia peruana plagada de intereses y traiciones de los gobernantes, quienes para subsistir en el poder han manipulado a la población. También vemos que los grandes clústeres de medios de comunicación intencionalmente omiten lo que ocurre en las regiones, sus carencias y necesidades, solo muestran lo negativo que ocurre allí y las acciones en contra del gobierno o hechos escandalosos que mellen la gestión. Para estos grandes medios y políticos Lima es el Perú, las demás regiones no importan, porque en la capital está su bolsón electoral.

En las últimas encuestas a nivel nacional, el presidente de la República sube su nivel de aprobación en las regiones. Los grupos políticos tradicionales siguen creyendo que todavía están en campaña y siguen cometiendo los mismos errores porque no están comprendiendo el sentir de la población. En verdad, poco les interesa. Su preocupación a todas luces es la vacancia presidencial.

Al seguir atacando al nuevo gobierno solo conseguirán incrementar el rechazo de la población, quien no los reconocen como líderes, sino los perciben como grupos que tienen un afán destructivo y desestabilizador, pero no para beneficio de la población sino para sus propios intereses económicos.

     
 

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