¡Más respeto con el Chorri, chibolo pulpín!
Los noventas fueron años que se han quedado en mi memoria; no solo porque recuerdan mi infancia y sus diversas formas de vivirla; por ejemplo, en las calles que no estaban reventadas de congestión como ahora y donde con los amigos del barrio usábamos los postes de luz o piedras para armar nuestra cancha monumental donde el talento quedaba impreso en la pista; no había canchas sintéticas ni comercio futbolístico, apenas pasaban un par de motos o carros particulares de cuando en cuando.
Ahí en las pistas de nuestra ciudad instalábamos un espectáculo deportivo, tomando cada uno el nombre de nuestro futbolista favorito; Waldir Sáenz, Pepe Soto, Flavio Maestri, «Ñol» Solano y por supuesto el delgado y pequeño «Chorri» Palacios, que cuando entraba a la cancha se convertía en un gigante que se ponía en las espaldas el equipo. Recuerdo esa generación inigualable del Sporting Cristal que logró un tricampeonato en el torneo nacional y en 1997 llegó a la final de la Copa Libertadores, perdiendo dramáticamente con el Cruzeiro de Brasil.
Eran tiempos de entrega en la cancha, fervor en las tribunas, donde las hinchadas llevaban sus banderolas en el comando sur aliancista, la trinchera norte crema y la fuerza celeste del Sporting y por supuesto en la bulliciosa barra del León de Huánuco. Humo, bombardas y cánticos de ‘guerra’ que hacían de un partido de futbol un encuentro emocional con otros peruanos que se encontraban por 90 minutos en una batalla simbólica donde once guerreros dejaban la piel en la cancha en pos de un triunfo, y los hinchas la garganta en las tribunas. Imágenes que me quedan en la memoria.
Con el tiempo y con el cambio de los paradigmas de pensamiento y la alineación de las políticas a ellas, este espectáculo fue cambiando y perdiendo intensidad, colorido y pasión. Se prohibieron las banderas, se prohibieron las bombardas, el humo y los cánticos fueron censurados. Las reglas del fair play se elevaron por encima de la pasión y orientaron reglas de conducta tendientes a la moderación en la cual la cancha parecía vestirse de frac y ponerle seda en los toperoles de los jugadores.
El tiempo del jugador rudo le iba cediendo paso a los nuevos jugadores, los delicados y popularmente conocidos como «pechos fríos». Me preguntaba: ¿Por qué le habían quitado al fútbol ese componente emocional y simbólico que lo hacía tan fervoroso? Mi padre me decía que el gobierno y la FIFA querían evitar la violencia, que había mucha delincuencia en las calles, robos, asaltos y vandalismo y que habían encontrado que era el fútbol vivido fragorosamente, uno de los culpables. Luego, movía la cabeza, se reía y decía que era algo estúpido, mientras yo movía la cabeza para asentir con él.
El fútbol, como la vida y la sociedad ha cambiado en las últimas décadas. Desde el 2012 la tecnología ha sustituido la agudeza del árbitro. Se ha instalado el videoarbitraje, el VAR y la intercomunicación entre los árbitros en cancha. Igualmente en las tribunas y en la forma de vivir y convivir esos noventa minutos de juego se iban reemplazando las actitudes y sensibilidades.
Antes, si un jugador cometía un error o jugaba de mala gana, recibía una carajeada y un café amargo en los camerinos y las tribunas. Los resultados eran lo más preciado y el amor a la camiseta se demostraba en la cancha y los jugadores asumían ese rol y sabían que estaban bajo juicio permanente de los hinchas y de los medios. Hoy, eso ha cambiado.
Los jugadores de ahora reflejan la tendencia actitudinal del tiempo al que pertenecen; hipersensibles, poco tolerantes a la crítica; se ofenden por todo y encima exigen disculpas si llegan a sentirse ofendidos, aún cuando las críticas que reciban sean válidas. Snowflake (copo de nieve) los llaman en Europa, generación de cristal les dicen por acá y son el resultado de una narrativa progresista en lo político que ha creado el espejismo de una sombrilla endeble, pero supravalorada de derechos que los envuelve en una burbuja narcisista e hiperindividualista, como la chica, famosa ya en redes, que lloró porque le dijeron compañera y no «compañere» o como el alumno que le dijo a su profesor que lo presionaba y que no podía estudiar así.
Por eso no me sorprende que Renato Tapia se ofenda cuando el inmenso «Chorri» hace una crítica totalmente válida y que otros más secunden al seleccionado. Ellos no tienen la culpa de crecer bajo el manto progresista que ha destruido el fútbol que conocí y amenaza destruir las sociedades también.
Sin embargo, en defensa de mis recuerdos y visión distinta del mundo, debo decirle al buen Renato, que el «Chorri» no será jamás un enemigo de la selección, ese chato dio todo por la blanquirroja, Así que, ¡Más respeto con el «Chorri», chibolo pulpín.