Reflexiones posteriores

Doenits Martín Mora

Las sombras se apoderan de la pequeña sala. Sigo recostado en el asiento, al lado de la mujer con la niña en brazos y el joven con apariencia de deportista. Tal vez mi peor error fue compartir el artículo en redes sociales, pienso. Entonces, hubo reacciones favorables, por lo que me sentí en uso de la razón. Pero luego sobrevino una diatriba de críticas que me hicieron cuestionar mi postura.

Hago a un lado el maletín y meto una mano al pantalón. Saco el celular. Lo desbloqueo e ingreso a Facebook. Presiono en el icono de mi perfil y busco la última publicación. Aparece la imagen del artículo en el periódico y encima el texto completo. Para que leer lo que ya conozco. Con el pulgar, extiendo la caja de comentarios. Un docente de la universidad nacional escribió: «Muy buena apreciación, Dominic. Es más, para el Leoncio Prado, vale lo que Raimondi dijo para el Perú: un mendigo sentado en un banco de oro». Otro docente, colega de una academia preuniversitaria, también escribe: «Totalmente de acuerdo, Dominic, lo has plasmado excelentemente. Saludos a la distancia». Pero después aparecen los comentarios en contra: «Los colegios privados son negocios. No hay punto de comparación»; «…lo que observamos, con profunda indignación, es la presencia de un docente contratado que nada conoce de la historia, de los triunfos y de la gran resiliencia de los alumnos leonciopradinos»; «El artículo no considera la historia y misión integral del colegio Leoncio Prado, comparándolo injustamente con el colegio San Agustín. El trabajo por competencias va más allá de la preparación académica inmediata…». No quiero leer más. Visualizo los pequeños círculos con la imagen del perfil de otras personas en los comentarios. Reconozco los rostros, aunque no a todos. Sin embargo, asumo que son docentes del colegio Leoncio Prado. Al leer el artículo se habrán sentido ofendidos y lo compartieron entre ellos. No en vano la colega del turno de la mañana me dijo que en la reunión de colegiado que tuvieron se la pasaron hablando mal de mí. Después se habrán visto en la obligación de mostrar su inconformidad, así que comentaron en mi perfil. Resoplo con desanimo y bloqueo el celular. Lo guardo en el bolsillo. Busco entre las hojas de apuntes, la página donde anoté una respuesta para un cuestionamiento semejante del director. Dice: «No tiene sentido defender el sistema educativo público, cuando los propios docentes matriculan a sus hijos en colegios privados». Estoy seguro que no todos lo hacen, pero sí la mayoría. En todo caso, quienes hacen estudiar a sus hijos en colegios públicos, saben que ellos requerirán preparación preuniversitaria para ingresar a la universidad. ¿Hasta qué punto nos enceguecía la indignación contra alguien para restarle importancia a la lógica?

A la mente se me viene el rostro de una alumna del colegio Leoncio Prado, de quien no sabía que su padre era docente en la misma institución. Una tarde cruzaba el patio y me dirigía a marcar la asistencia, cuando un colega me abordó y me preguntó por una alumna en específico.

—Ella es una alumna aplicada —le dije—. Está bien en mi curso.

—Qué bueno, maestro —dijo el colega¾. Porque en los demás cursos sus notas son bajísimas.

Nos despedimos con un apretón de manos y continué mi trayecto. Después de la entrega de libretas del primer bimestre, en el aula, la noté taciturna. Al terminar la clase, la llamé a mi escritorio.

—¿Por qué estás tan apagada? ¿Te sucede algo? —le dije.

—Profesor, mi papá me pegó por primera vez —me dijo, avergonzada—. Me agarró a correazos, profe.

—Seguramente por las notas de la libreta.

—Sí, profesor.

La alumna había sido flagelada en defensa de un sistema educativo que brinda pésimos resultados. Me propuse hablar con el colega, pero desistí al encontrar el asunto más doméstico que pedagógico. Sin embargo, no dejaba de pensar en que, si bien debieron castigarla por su descuido académico, no ameritaba correazos siendo ella aún una menor de edad y menos debió ser respecto a una educación que no ameritaba esfuerzo defenderla.

     
 

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