Volverán los huaicos: prevenir es la clave

Andrés Jara Maylle

Como ya se acerca la temporada de lluvias, es bueno saber que la prevención es la clave para no lamentarnos y terminar llorando por la leche derramada. Por ello, en buena hora que el municipio tanto de Huánuco y Amarilis trabajen descolmatando el cauce de las muchas quebradas por donde bajan los huaicos estrepitosamente. Esa labor preventiva es necesaria. Tan necesaria como el hecho de invocar a los pobladores para que dejen de botar basura y desmonte irresponsablemente, pues son ellos, en una incomprensible indolencia, quienes arrojan todos sus deshechos a las quebradas.

Como doy por descontado el trabajo que estas instituciones desarrollarán oportunamente, mejor les obsequio a mis distraídos lectores un poco de leyenda en relación a estos hechos, y al peligro que se cierne sobre buena parte de nuestra ciudad si la naturaleza, sabia, se enfurece con nosotros.

En la solitaria casita levantada en una loma de Rondos, en la parte alta de la ciudad, era aproximadamente la media noche de un viernes de hace muchísimos años y en el pequeño y único cuarto, apenas alumbrado por un lamparín con luz mortecina, la partera y unas cuantas mujeres, casi ancianas todas ellas, rodeaban a la parturienta que se contorsionaba de dolor ante la inminencia de un alumbramiento.

Dicen que el esposo más otros vecinos, preocupados por la demora del parto, chacchaban y bebían silenciosos, bajo el alero, esperando noticias de las comadronas que adentro atendían a la mujer, quien cada cierto tiempo lanzaba gritos desgarradores taladrando la noche oscura.

Por una rara y maldita coincidencia, a eso de las dos de la madrugada, tanto las mujeres como los hombres sintieron que un leve vientecillo los envolvió por unos instantes, al tiempo que eran vencidos por un ligero sueño o cansancio que los hizo cerrar los ojos.

Justo en esos momentos, la parturienta lanza un grito desesperado y levanta las piernas para que el crío salga con cierta holgura. Lo que ven, en un tiempo que sólo dura segundos, las deja espantadas: en un charco de sangre, nacen en realidad dos cerditos con el pelo erizado y gruñendo, que al salir del vientre de la mujer, emprenden veloz carrera hacia abajo.

Afuera, los hombres escuchan el violento grito y se reponen del sueño en que cayeron, pero es demasiado tarde. Abren los ojos y sólo ven pasar por entre sus pies a los dos cerditos que gruñen amenazantes como si fueran animales adultos. El marido de la parturienta, toma su machete y emprende la desigual persecución; los demás hombres lo imitan, pero también ya es demasiado tarde.

Los cerdos han ganado distancia corriendo y alumbrando como si tuvieran luz propia. Los hombres no saben qué hacer y se detienen en una lomada desde donde pueden ver el rumbo de estos dos animales del diablo. Los dos cerdos corren juntos hasta cierto trecho; pero cuando llegan donde está un estanque (que hasta ahora existe), uno de ellos se separa y se introduce en sus verdes aguas desapareciendo automáticamente.

El otro animalejo, sigue solo su veloz carrera sin detenerse un instante por toda la bajada. Llega a Chamanapampa, cruza, raudo, Batiarrumi, da unos requiebros al llegar a Auquinjamanan y ya está llegando a Huayrana (donde actualmente está el Asentamiento “Luzmila Templo”). A trancos atraviesa la pampa de Puelles y se dirige hacia el Huallaga que en esos días no está tan caudaloso.

Arriba, los rondosinos, sólo ven la luz que emana del cerdo y atónitos contemplan la fuga de ese animal que hace unos instantes salió del vientre de una mujer que agoniza por la incontrolable hemorragia. Rezan atolondrados cuando notan que el cerdo cruza el río y se dirige hacia Llicua, ahora cuesta arriba, hasta media cumbre del Paucarbamba, donde bajo la fronda de unos frescos alisos curiosamente también hay un estanque de aguas verdes. Allí se introduce sin contratiempos y desaparece para siempre.

Los hombres que chacchaban más la partera y las comadronas vuelven al cuarto sólo para comprobar que la mujer ha muerto, pálida e irreconocible, como si se tratara de otra persona. Al día siguiente, todos los pobladores de Rondos van hacia el estanque, secan las aguas y escarban encorajinados para hallar al primer cerdito que allí se introdujo.

No encuentran nada porque estos animales son en realidad los temibles Huaracuy, los hijos del diablo. Y allí están hasta ahora: uno en Rondos y otro en las alturas de Llicua. Están bajo la tierra, creciendo descomunalmente, como unos animales monstruosos que algún día querrán salir nuevamente.

Así contaba mi tía Gerarda. “Hijo, eso fue hace mucho tiempo y ahora esos chanchos deben estar creciendo; y cuando los dos salgan en forma de Huaracuy, uno de Rondos y el otro de Llicua, correrán otra vez para encontrarse en el Huallaga, entonces detrás de ellos se vendrán los cerros y Huánuco desaparecerá para siempre”, “Así es, hijo, Paucarbamba y Rondos se cerrarán como un libro, entonces nadie se salvará de la cólera del demonio. Yo sé lo que te digo”, sentenciaba mi tía (experta contadora de historias), mirando hacia las cumbres del Rondos y Paucarbamba en las tardes, mientras el cielo se encapotaba de nubes negras anunciando un gran aguacero.

Por eso, cuando desde las quebradas de Rondos o de Llicua bajaba algún huaico, mi tía Gerarda añadía: “Seguro que esos chanchos están creciendo más y más y se han movido de su sitio. Pero esto no es nada, peor será el día que salgan de la tierra, capaz yo ya no estaré, pero mis hijos y mis nietos sufrirán la cólera del diablo huaracuy”.

La naturaleza muchas veces nos pone a prueba ante su fuerza indetenible. Por ello, no es bueno pasar por sordos ante la sabiduría popular que nos enseña mucho.

Huánuco, 20 de octubre de 2024

     
 

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