Carta abierta al Poder Ejecutivo y Legislativo

Ps. Richard Borja
Director Instituto Peruano de Psicología Política

“¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tanto cajón, tanto minuto, tanta lagartija y tanta inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?… ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Con estos versos cargados de dolor y esperanza, culmina nuestro inolvidable Vallejo, uno de sus inmortales poemas.

Señores a quienes Dios y sus circunstancias han encargado la responsabilidad política de gobernar a este país de casi treinta millones de peruanos. De ancianos de mirada acuosa, de tanto surcar años; de jóvenes bisoños plenos de energía, pero vacíos de oportunidades; de madres sacrificadas por su natural oficio y los retos de la modernidad laboriosa; por hombres cuyo rostro y manos van curtiendo el tiempo y el trabajo duro mientras consiguen el pan que llene el vacío de sus mesas pobres; de niños que padecen la prisión de un encierro al inicio de sus pasos en esta vida. ¡De peruanos! Señores míos, que no solo sufren el azote de un virus venido de la lejana China; sino también, la dramática comedia de sus decisiones y acciones, mientras los hogares y los bolsillos van anotando la sombra de la ausencia y del olvido.

Quiero, recordando a Vallejo, dejarles en estas palabras un reclamo, una esperanza, un golpe de bronca y de frustración; un abrazo, una mano solidaria, una voz que grita y un puño que se cierra y se abre en una danza frenética de dolor, angustia y esperanza. La gente se muere, nuestra gente se muere, rasgando las puertas de un hospital que no se abre, persiguiendo el aire que escaso se pierde en la distancia; quisiéramos gritar a todo pulmón Masa, y rogar que no se muera y esperar que se levante; pero, hasta para eso, nuestras voces se pierden en relatos y ruidos discordes. Basta de ausencia, basta de peleas en el escenario, mientras la gente se muere en las butacas; basta de mentiras, basta de abandonarnos a llorar a nuestros muertos y confundirnos con ruido político y cantos de sirena. Nuestra gente se muere y no hay dolor en las pantallas o en los titulares; solo en el silencio de la familia que ni siquiera despedirlos pueden.

Los reyes creían que su reinado era mandato de Dios; y así aún había muchos crueles; los republicanos jacobinos usaron la crueldad de sus actos, le sacaron filo y con ella cortaron sus gargantas; era la revolución de los pobres y la promesa de una sociedad nueva. ¡Libertad, igualdad, fraternidad! Gritaron para la historia desde tierras galas; el grito quedó, pero la promesa la mataron. ¿Cuánto más debemos pagar?, ¿Tan malos somos? Es que acaso seguir la pauta de sus gobiernos y sus leyes y sus medidas que no solucionan nada, deben seguir valiendo la pena; o es que la desobediencia debe darnos la victoria, como Rázuri en Junín ese seis de agosto lejano, donde se selló nuestra independencia y libertad que mal hemos usado en este tiempo. ¿Tan poco vale la sangre de nuestros héroes que dieron su vida por darnos patria y libertad? Seguimos las leyes del hombre, tanto que hasta olvidamos las de Dios, ¿y para qué? Sus oídos parecen cerrados, sus bocas dibujan promesas bonitas pero falsas; sus acciones destruyen lo que con pompa de color sus discursos construyen. ¡Basta señores!, mientras ustedes hacen la guerra en el escenario, mi gente muere en las butacas.

No hay en el hambre distancia ideológica, ni posiciones políticas, ni amistades ni enemistades que no se unan en la carencia y el dolor; señores, ¿Saben acaso lo que es el hambre en las mesas de sus hijos tristes?, el hambre marca la piel y el alma, quien lo padece no se la desea a nadie y hace todo por evitarla a otros. Mi pueblo tiene hambre, llevamos casi seis meses confinados a vivir de sus promesas y sus migajas, aquellas que llenan la ausencia de los que se han marchado, en la soledad fría de su olvido. No mendigamos pan, queremos libertad para conquistar nuestra digna comida, dennos al menos la oportunidad de usar nuestras manos para pelear por nuestras vidas y de quienes amamos. ¡Basta!, Mientras ustedes se reparten negocios y llenan sus mesas en el escenario, mi gente muere de hambre en las butacas.

Disculparán el tono de esta carta, hecha de puño y de palma, de dolor, de amargura y de esperanza. No queremos más actuaciones en el escenario, queremos salir a la calle y construir juntos un país de libertad, donde lo más importante ahora, sean la vida y la economía de todos los peruanos, no solo de vuestros amigos. Verán señores, dijo Vallejo: “hay, hermanos, muchísimo que hacer…”

Dios bendiga sus decisiones y aliente el alma de todos los peruanos.

Huánuco, 07 de agosto 2020.

     
 

Deja una respuesta