Discursos patrioteros

No tuve ninguna expectativa por el mensaje presidencial que debió dar la señora Dina Boluarte, presidenta del Perú, este 28 de julio, ante el Congreso de la República (acaso el más desprestigiado de la historia). Yo no voté por ella ni por su equipo encabezado por el golpista y semianalfabeto Castillo Terrones, de tal manera que mi interés ha sido casi nulo.
En verdad, he ido perdiendo esperanzas por esos discursos hace casi ya veinte años porque, con una y otra excepción, todos han sido palabrerías huecas, escritas por asesores mediocres y leídas con cierto énfasis por unos presidentes también mediocres, pero sobre todo corruptos hasta la médula.
Por ello, el pasado 28 de julio, día de nuestra independencia (extraña por las circunstancias dadas: por ejemplo, las tropas realistas estaban intactas en la sierra y nos iban a dar pelea por más de tres años: San Martín abandonando el país mientras nosotros esperábamos el arribo de Bolívar, etc.) me levanté un poco tarde y me dediqué a darles maíz a las gallinas (que ya no ponen huevos creo por culpa del gallo perezoso), alfalfa a los conejos (que andan a su libre albedrío por todo el huerto) y a leer los diarios digitales tirado en mi hamaca.
Sin embargo, cuando Esperanza me llamó para decirme que ya había comenzado el discurso presidencial, fui de mala gana hasta donde estaba el televisor y, efectivamente, la señora Boluarte estaba comenzando con su perorata: «peruanas y peruanos», «señoras y señores», «ciudadanas y ciudadanos». Como ven, la única novedad es que ella prefirió anteponer el femenino y luego el masculino, pensado probablemente que con esa marrullería dignificaba la condición de las mujeres.
No soporté ni quince minutos esa cháchara insulsa y preferí adentrarme en mi huerto a «conversar» con las plantas. Por allí estuve alrededor de una hora y pensando que ya la alocución presidencial había terminado volví al televisor e ingrata fue mi sorpresa al constatar que la señora seguía leyendo impasible su discurso preparado por otros. Allí seguía con su palabrería como «proyecto de ejecución rápida», elaboración del «plan punche turismo» y otros etcéteras incumplibles. Apagué el televisor y emprendí otra vez la retirada.
Así transcurrió la mañana entera. Ya al borde de la una de la tarde ingresé nuevamente a la casa cuando alguien encendió el televisor. Increíblemente, la primera presidente mujer en la historia del país, seguía leyendo, imperturbable, su discurso de marras.
Luego me enteré que este había sido el discurso más largo del que se tiene registrado en la historia. Fue un discurso impreso en setenta y dos páginas y su lectura duró unas tres horas. Tres horas torturando a los peruanos para no decir nada me parece una majadería imperdonable. Si la señora Boluarte hubiese sido inteligente, hubiera sintetizado todo lo que dijo y no habría leído más de media hora. Lo justo para entender que el Perú seguirá andando con piloto automático, pues a todas luces se nota la inexistencia de liderazgo y que nadie tiene un plan serio y responsable a largo plazo. Todos están pensando en el mediocre ahora, en el hoy pasajero; todos quieren salvar el pellejo a costa de discursos y promesas a granel.
Y hablando de discursos patrioteros, recuerdo aquel 28 de julio de 1987 en que la maquinaria aprista en el poder generó una gran expectativa para el discurso que debía dar ese día el joven Alan García, presidente peruano en ese entonces. Días antes ya se rumoreaba que algo importante iba a decir. El país naufragaba en una inflación galopante, se desangraba con los asesinatos de sendero y el MRTA, matarifes profesionales e ideologizados y sucumbía en una pobreza extrema. Bajo ese desolador panorama todos esperábamos el discurso presidencial.
Estábamos bajo la tutela de la tan manoseada Constitución de 1979, estatista en todo el sentido de la palabra. El estado (es decir, los políticos en el poder) era dueño de todas las empresas y justamente por eso nuestra situación era literalmente paupérrima. Ese 28 de julio, Alan García, con 38 años de edad, anunció la nacionalización de diez bancos, diecisiete aseguradoras y seis entidades financieras. O sea, más poder para el estado mediocre, corrupto, improductivo, populista.
Lo que no esperaba Alan García, los apristas y una parte de la siempre saltimbanqui izquierda, es que esa medida, o mejor, esa forma amañada de apropiarse del dinero de los peruanos, tendría una reacción contraria a la prevista. Miles de peruanos salieron a las calles rechazando ese proyecto estatista. Hubo protestas en todas las regiones y el gobierno no tuvo otra opción que dar marcha atrás.
También recuerdo otros discursos presidenciales…
Mejor no prosigo porque todos ellos se merecen el olvido, justamente porque jamás se cumplieron las promesas allí dichas y todos esos sermones patrioteros fueron solo eso: sermones populistas, chatos y mediocres.
Para construir un país grande no necesitamos de discursos largos ni pequeños; no necesitamos que nos lean promesas. No. Solo necesitamos que los gobernantes de turno miren un poco nuestra historia y la historia de todos aquellos países que fracasaron rotundamente aplicando políticas erradas y que pronuncian solo de la boca para afuera la palabra «pueblo» a cada instante.
Huánuco, 30 de julio de 2023.