Frente al mar

Jorge Cabanillas Quispe

La brisa marina golpeaba su rostro con suavidad, el aroma de las aguas a esa hora se parecía mucho al olor de recuerdo, unas tímidas olas se acercaban a él y mojaban sus pies.

Tenía ganas de hablar porque sabia que nadie lo iba a escuchar, que sus gritos y quejidos no iban a poder ser percibidos más que por los peces y las aves marinas que buscaban su alimento a esa hora. Se recostó en la arena, sintió el agua fría entrar por sus pies y un ligero escalofrío hizo que su cuerpo se estremeciera por completo. ¿Cómo se fragmenta una vida en episodios?, ¿cómo es que las olas en su vaivén ya no son las mismas? Repasó brevemente los momentos en los que se había extraviado, quizá ahora desde ese lugar esperaba encontrarse, pero era inútil, no siempre los hombres vuelven, a veces se pierden para siempre y sus sombras vagan en un horizonte lejano, intangible, raro y desconocido en donde incluso la misma esperanza se ha perdido y no recuerda ni quién es.

Un ave solitaria volaba en círculos y un ligero rayo de sol se asomaba en el cielo gris de esa ciudad en la que el otoño se ha perpetuado. Felipe observa, evoca en silencio algunos poemas que se ambientan en lugares parecidos. Entre suspiros, se dice a sí mismo los versos de Antonio Lucas: “Pues cuando el hombre observa el mar amplía la nostalgia de sí mismo”. Le parece mirar su reflejo en el mar.

No somos ni perfectos ni eternos, Felipe, observa el horizonte, no ves más allá de tus narices. Comprendes con dificultad lo que observas y no logras terminar de distinguir las formas ni los colores y esperas comprender tu pequeño corazón; luchas contra tu mala memoria, pero te atormentas con mensajes que nunca debiste de leer, con palabras que jamás debiste de guardar y con versos acerca de un mar en el que quisieras entrar y quedarte para siempre ahí con la esperanza de convertirte en olvido.

Reflexionó acerca de cada una de sus palabras y se sorprendió de lo extraño que puede llegar a ser el hombre, encontró algunos cigarrillos en su morral, los encendió uno a uno y se sacudió la arena que se había pegado en su pantalón.

¿Había sido necesario aquel último encuentro?, ¿había valido la pena decir aquellas últimas palabras con lo poco de lucidez que le quedaba? Debiste de haber escuchado a tus amigos, hubiera sido más prudente; pero de qué valían los arrepentimientos ahora, el tiempo no tiene marcha atrás. Tus amigos que ahora beben en la ciudad de los vientos hablan de ti, tratan de comprenderte; es tu forma de ser, después de todo, brindan y te parece escucharlos, quisieras estar allá, pero no tienes la intención de moverte de aquí, quisieras quedarte hasta comprender que, efectivamente, el mar es el camino como lo escribió el maestro Cloud.

El frío se intensificaba, el mar en ese momento estaba furibundo, había perdido la calma que tenía unas horas antes. Felipe comprendió que el mar también nos da lecciones, dejó algunas imágenes que llevaba impresas consigo, escribió en la arena; una última ola fuerte y grande borró todo, pero no es suficiente para alejar a sus pensamientos: el viento silbaba una y otra vez la canción del recuerdo, una canción que trajo un nombre que no dejaba de resonar frente al mar.

     
 

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