Huánuco, siempre

Andrés Jara Maylle

Todos tenemos una patria chica.

Una patria que nos dio la luz primera, el primer aroma, el primer color, la primera brisa… el amor primero. Para mí esa patria chica tiene un nombre breve pero también una historia larga y riquísima que se pierde en los tiempos: Huánuco.

Y Huánuco no es solo un territorio o un pedazo de macizo cordillerano con su valle en declive; tampoco una región montañosa perdida en una estribación mayor en donde hay días transparentes con soles francos y noches tibias, a veces oscuras (como su historia), a veces iluminadas con una luz selenita única, como si llegara desde otras profundidades del espacio.

Para mí, Huánuco es eso, probablemente, pero también mucho más. Por ejemplo, su historia accidentada, sus gentes desconcertadas, su magnífica comida, su luna intermitente blanca y sincera que recorre el cielo nocturno con indiferencia, su río generoso que avanza imperturbable siempre hacia el norte desde el mismísimo día de la creación, sus inviernos con aguaceros y chubascos dementes, sus verdes o grises montañas (dependiendo de la estación). En fin, Huánuco, ya lo dije, es eso… y mucho más.

Para mí, Huánuco también son mis viejos amigos que forjé a lo largo de mi existencia; mi familia que me dio su sangre y la que formé por decisión propia. Para mí, Huánuco es también el aroma inconfundible del chincho cuando se abre el horno de pachamanca; el guiso especial e insuperable del picante de cuy o del locro de gallina, el dulce crocante del prestiño derritiéndose en la boca. Y, obviamente, la fragancia adictiva del café cerrero que mi madre preparaba todas las mañanas y todas las tardes; ese café que tomábamos alrededor de una mesa rústica y pequeña, carcomida ahora por el tiempo y la nostalgia. Huánuco es eso, pero mucho más.

Y como no quiero nostalgiarme en esta fecha importante para este pueblo, mejor le rindo un homenaje con lo que mejor sé hacer. Con un poema dedicado a esta patria chica que fue publicado en mi libro Bajo el mismo cielo hace más de dos lustros.

Huánuco, 15 de agosto del 2021.

AMOR POR ESTE CIELO

Yo solo sé que quiero
a esta comarca velada por tres montañas,
quiero toda su geografía:
sus estrechos valles, sus ensenadas,
sus campos verdes y sus colinas, reinos de la brisa.
Quiero a su río que pasa imperturbable
desdeñando los clamores del gentío,
adoro cada canto que se disemina por sus orillas infinitas
y que llegaron hasta aquí rodando
desde muy lejos en tiempos inmemoriales
para embellecer este territorio,
quiero también la arena de sus meandros y sus playas
que me dan su calor de mediodía al contacto con mis pasos.
Quiero cada palmo de su suelo,
a las grises rocas que se empinan
en los sinuosos recodos de sus pocos caminos.
A los cactus ermitaños que triunfan en la aridez de las montañas,
quiero a su cielo azul que resplandece en las mañanas,
quiero a su sol ígneo que reverbera en el espacio
y con el que cocino mis memorias,
quiero su luna nativa, cómplice nocturna
de viejos amores y melancolías pasadas.
Quiero a sus aguaceros que súbitamente aparecen
en las tardes encapotando el cenit cercano,
adoro sus vientos que atemperan el alba
y arrecian en las horas vespertinas contorsionando
el follaje de sus bosques.

Yo, orate de amor por este suelo,
solo sé que quiero el limo divino de este lar
porque de él fui hecho a imagen y semejanza
de los primeros hombres que orlaron con sus manos
pueblos de piedra y barro
y sintieron en su frente la tibieza de este valle
escondido entre tres montañas tutelares.

     
 

Deja una respuesta