La ciudad de los brujos

En la ciudad donde vivo desde hace 7 años, aún se conserva la técnica del revocado de las paredes hechas por tapiales y ajustadas por un pisón, se despierta con el canto del gallo al promediar las 3 y 45 de la madrugada, lo que conlleva a una orquesta de cantos seguidos del primer kikiriki y se duerme al amparo de la mirada vigilante del cerro Rocoscoto y de las ruinas de Atash.
La ciudad huele a Jazmines, porque crece como mala yerba, sus calles son tan angostas, excepto la avenida principal, que hay que esperar a que uno pase para que el otro continue su sendero, la ciudad tiene una iglesia que fue construida por los Jesuitas el año 1600 y reconstruida en 1965, primer centro de evangelización de la región, siendo la única con 7 ventanales, donde San Miguel Arcángel, el protector de la ciudad espera, con espada en mano en la pileta de la plaza mayor, a todos sus visitantes.
La ciudad conserva la estructura antigua y sus puertas de madera roída son cerradas por un viejo candado engarzado con dos armellas forjadas a punta de martillazos; el cura del pueblo, que ya todos lo conocen, es el vecino, amigo y confesor; pero la feligresía ya no asiste como antaño a las misas, rezos y homilías donde se dejaba un óvolo para el arreglo de la capilla o para el día a día del querido sacerdote, que muy cariñosamente se le llama padre Víctor.
La ciudad donde vivo fue visitada por el libertador Simón Bolívar, en su expedición de la gesta libertaria, de aquella fecha proviene (según leyenda) el sambenito de ciudad de los brujos y que años posteriores se afianzó con trabajos poco santos y hoy es visitada, también, para esos trabajitos. Fray Gregorio Cartagena, sacerdote jesuita que por aquellos años (1823) conoció al Libertador, ayudó a reunir pobladores de los alrededores de Huácar, para la causa libertaria contra los realistas, además de ser la comidilla del pueblo a raíz de los hijos que tuvo con Nicolasa Cisneros, dama de la ciudad, que mantuvo en secreto, no sólo el romance, sino la descendencia y posterior a ello, los nietos y bisnietos, entre ellos uno de sus más preclaros personajes, el gaucho Cisneros, general de división del Ejercito del Perú y ministro del Interior y de Guerra, padre del escritor Renato Cisneros, que bien documenta su paso por esta tierra en su libro “Dejarás la tierra”.
Llegar a San Miguel de Huácar es salir de Huánuco con rumbo a la provincia de Ambo, pasando antes por los distritos de Amarilis y Pillco Marca, luego viene lo apacible del pueblo de Vichaycoto, en donde encontrarás señoras que ofrecen el aguardiente de caña, una de las primeras haciendas productoras de los derivados de la caña de azúcar, junto a Quicacán, para luego llegar a Tomaykichwa, la ciudad de Micaela Villegas (La Perricholi), ciudad que albergó a Ricardo Flores y Enrique López Albujar; la siguiente parada será Ambo, una ciudad de tránsito y después de 10 minutos estar en el puente de ingreso a San Miguel de Huácar, que se conectará con la avenida principal, Leoncio Prado e ingreso al pueblo.
Podrás pernoctar en casas hospedajes, hoteles y centros recreacionales, después de un caldo verde o caldo de gallina, salir a dar un paseo por las ruinas de Atash (en quechua: Ataw, ventura, dicha y buena suerte), que se encuentra a 27 minutos de la plaza principal, centro ceremonial que data de los siglos IX y XV d.C. (1100 a 1450 d.C) desde donde podrás apreciar varios nevados (dependiendo de la estación y el tiempo) entre ellos, Huaguruncho, entre los picos Jocholampa y Hualgashjanca. Llegar a Atash es maravilloso, tiene una energía extraordinaria y podrás apreciar la excelente construcción de forma ovalada de sus torres, no sin antes hacer el pago a la tierra y disfrutar de su tranquilidad y paisaje majestuoso que brinda.
Finalmente puedes darte un buen chapuzón en las aguas del Huacarmayo que desciende de las colinas de Rauquin, Collormayo y Mauca o en las aguas del río Huertas o llamado en la zona de Yanahuanca y Paucartambo como el río Chaupihuaranga.
Hasta pronto y los espero en Huácar.