La educación y los valores en el Perú

Desde la caverna hasta los rascacielos, desde el garrote hasta las armas de destrucción masiva; desde la forma precaria del humo, el pututo y los quipus hasta la era de las telecomunicaciones, la educación ha cumplido el papel más importante en el proceso de desarrollo de la humanidad, en todos los tiempos. En el Perú no ha sido la excepción. Por eso, no podemos hablar de progreso y desarrollo si no hablamos de la educación. No podemos hablar de una sociedad más justa, más humana y solidaria si no hablamos de la educación. Sin embargo, la educación en el país, pese a los esfuerzos del estado a través del Minedu, con todo lo establecido en el Currículo Nacional de Educación Básica (CNEB), está mal dividido todavía.
Para quienes recorrimos parte del país, podemos afirmar con certeza de que existe una educación mejor implementada y mejor estructurada para las grandes ciudades; otra, la que se imparte en las instituciones particulares; y una distinta, la que se enseña en los pueblos del Perú profundo. De está manera no podemos hablar de igualdad de derechos en el ámbito de la educación. Así, no podemos hablar de igual desarrollo y progreso en igualdad de condiciones en nuestras sociedades.
La multiculturalidad, la interculturalidad no debe ser una excusa para impartir una educación diferenciada; por el contrario, debe ser una oportunidad para impartir una educación de calidad para todos.
La educación de calidad por el que abogamos, de conocimientos científicos, formales, naturales, sociales y tecnológicos y los saberes del entorno social que nos rodea, tiene que estar ungido en valores éticos y morales, así como en una interrelación activa y democrática con todos los actores involucrados en la educación, para que el ser humano de veras sea humano y deje de parecerse al salvaje que alguna vez fue en la barbarie. De lo contrario seguiremos siendo, en parte, una sociedad fallida.
Si hacemos un análisis, y nos miramos en el espejo del tiempo, gran parte de la historia impartimos conocimientos y saberes a través de castigos y recompensas, de estímulos positivos y negativos, donde el único poseedor de los saberes era el docente y los alumnos eran solo receptores.
Luego, añadimos una educación memorística, donde el estudiante era un procesador de información para luego rendir en el examen, aprobar el curso y pasar de grado y olvidamos lo más importante que son los valores humanos y el rol de la familia en este proceso educativo. Como resultado, allí están muchas joyas despreciables en muchos puestos del Estado a lo largo de la historia, como ejemplo de lo que no se debe ser ni hacer.
Ahora, debemos dirigir los objetivos hacia una educación de calidad, más humana e inclusiva, más solidaria y participativa, y, sobre todo, más innovadora, inculcando valores y mirando hacia la familia. Pues la educación, además de ser un derecho, debe ser entendida, como un binomio casa-colegio; porque, los primeros valores y las primeras conductas lo aprendemos en casa, en los primeros años de la infancia y la reforzamos en el colegio y no al revés.
Es en casa, donde se aprende a pedir por favor, a decir gracias, a pedir perdón, a respetarse a uno mismo y a respetar a los demás, a cuidar las cosas propias y a no sustraer las cosas de los demás; a dar la mano a quien lo necesita. Con esos valores previos uno llega a la escuela, al colegio, a la universidad a prepararse para la vida, a aprender conocimientos científicos y saberes del entorno social que lo rodea y a reforzar y complementar esos valores adquiridos en el hogar para ser ciudadanos de bien; porque es en el hogar donde se construye las bases del futuro ciudadano y su autoestima como ser humano.
Cuando esa educación que se imparte en el hogar falla, es lo que tenemos, alumnos con problemas en el rendimiento académico y en la conducta; y, en el futuro, ciudadanos agresivos al margen de la ley. Si en el hogar hay violencia y malos tratos, los niños adquirirán esas conductas. Si en el hogar hay excesiva costumbre por el consumo de bebidas alcohólicas, los niños y adolescentes adquirirán esas conductas que luego repetirán como futuros ciudadanos.
Si queremos construir, una sociedad sin los delirios áureos de la maldad, una sociedad sin violencia, sin lo más perverso de la corrupción y el crimen, tenemos que apostar por una educación de calidad, fundido en valores, en cooperación mutua: casa-colegio, donde debe estar claro el rol de los padres y los maestros, entonces, podremos decir, señoras y señores, que el Perú en su educación, no ha perdido a su primavera.