La Iglesia cátolica y su dilema histórico y moral

Director Instituto Peruano de Psicología Política
Inicia octubre, el mes en donde se renueva la fe cristiana y el país se contagia de la esperanzadora presencia del señor de los milagros; y en nuestro bello, pero siempre agitado valle, exaltamos la figura de nuestro santo patrono, el señor de Burgos. En breve las calles estarán pintadas de morado y aunque con cada año que pasa, la fe parece perderse entre el ruido de los nuevos tiempos, es justo reconocer su valor, para la buena marcha de nuestra sociedad.
El Perú es un país con una profunda valoración mística, de prácticas rituales y de creencia colectiva que ha servido como factor de cohesión en las distintas etapas de nuestra historia, sea en la época precolonial o post colonial. A partir de la presencia hispana en las tierras del sol, hemos ido matizando las costumbres y las creencias haciendo que los viejos dioses y la Pachamama, se vayan mimetizando con la fe católica, llegada junto a la espada, para fusionar el viejo y el nuevo mundo.
En efecto, somos un país de tradición católica, por herencia hispana; y aunque algunos hayan desarrollado cierta hispanofobia, siendo honesto, creo que el hecho de que a estas tierras hayan llegado aventureros españoles y no ingleses, explica la inmensa presencia de nuestras costumbres precoloniales, el mestizaje y la subsistencia de la cultura indígena, como en ningún otro país de América. En Estados Unidos, a donde llegaron ingleses protestantes, se inició un proceso colonial, sobre la base de la tierra arrasada, que llevó hasta la casi aniquilación a los nativos americanos, cosa distinta en Perú y las tierras del virreinato, donde un decreto real de la muy católica Isabel de Castilla, reconoció a todo nativo, como un ser humano con derechos y un súbdito de la corona, llevando con ello, al respeto de su vida. Una de las grandes diferencias entre el proceso colonialista inglés y español, estriba mucho en que en el primero se buscó limpiar la tierra para construir una nueva sociedad sobre ella, mientras que, en la segunda, se integraron dos culturar en una sociedad que buscaba ser el reflejo de la sociedad hispana, bullente de fe en ese entonces.
¿Vale la pena una iglesia que renuncie a su rol de faro moral, para llevar la luz a donde otras luces dirigen sus faros?»
El caso es que somos un país de fe – al menos eso fue evidente durante el último siglo pasado – que se resiste a confundir sus devociones y extraviarlas ante la cada vez más arreciante liquidez moral. Digo esto, pues para todos es evidente que el mundo viene cambiando culturalmente, que los linderos morales del siglo XXV, no se parecen en nada a los del SXXI, ni siquiera tanto a los del SXX. La fe y la religión ya no están dentro de dichos límites morales, y esa no es una buena noticia ni es algo positivo.
Sólo basta ver las iglesias semivacías un domingo cualquiera; amplias naves, recibiendo añosos pasajeros que asisten a las homilías, cargando el peso de sus años, como una persistente llovizna de plata que traen las nubes de otros tiempos. ¿Espíritus jóvenes? Escasos, como el temor de Dios que cunde en estos tiempos.
Muchos se plantean la necesidad de adaptar la iglesia y la religión a los nuevos tiempos, moldearla doctrinalmente para que pueda ser ya no una luz moral; sino, un producto iluminado en el enorme escaparate del consumo colectivo. El principal reformista en ese sentido, es el argentino Bergoglio, de quien el libertario Milei (muy probable próximo presidente argentino) dijo que «era el representante del maligno en la tierra… que impulsa el comunismo». Así el papa Francisco se ha ocupado por tener un pleno control del cuerpo de cardenales, nombrando recientemente a 21 incondicionales, y preparando un cónclave en el cual, se sienten las nuevas bases de la iglesia católica en el mundo, una que incluya feminismo, inclusión de género, relativismo sacramental, etc.
Sin embargo, es justo preguntarnos ¿Vale la pena una iglesia que renuncie a su rol de faro moral, para llevar la luz a donde otras luces dirigen sus faros?, dicho de otro modo, ¿Es valiosa una iglesia que renuncia a su doctrina, para adaptarse a la doctrina del hombre post moderno? Me animo a creer que solamente para quienes son parte de dicha institución material, más no, para quienes siempre han buscado en ella, orientación y cobijo espiritual, y hoy más que nunca, nuestra sociedad necesita un potente faro moral.