Las lluvias y el río

Andrés Jara Maylle

Toda mi vida lo he pasado entre el huaico y el río. Ya no tengo la cuenta exacta de cuántas avalanchas bajaron por el cauce de la quebrada de Las Moras causando, muchas veces, estragos entre las pocas familias que moraban en aquellos lejanos tiempos. No quiero ni imaginar lo que podría suceder si un huaico de grandes proporciones bajara con su estrépito ensordecedor ahora que todo, absolutamente todo, está poblado descontroladamente.

También he perdido la cuenta de la cantidad de crecientes del río Huallaga que han visto estos ojos que no se lo comerán los gusanos, porque cuando me llegue la hora nona he ordenado ser incinerado y convertido en cenizas. Desde cuando era infante, cada temporada de lluvias (en mi casa lo decían «invierno» sin serlo) permanecíamos atentos a los aguaceros intensos y a las precipitaciones lentas pero persistentes, pues la primera consecuencia de ello era la crecida de ese río magnánimo que baña nuestra ciudad.

Sé que la naturaleza es impredecible y que en cualquier momento del día o de la noche nos puede dar sorpresas funestas. Y eso ha sucedido el pasado jueves seis de marzo. Un día antes, el miércoles cinco, a eso de las 8 y 30 de la noche comenzó una lluvia intensa que se prolongó hasta el amanecer del jueves: casi diez horas continuas. Solo este dato podría haber puesto en alerta a las autoridades y a la ciudadanía en general. Pero nadie avizoró la tragedia que se acercaba.

Al amanecer del fatídico jueves mucha gente alertó la inminente creciente del río Huallaga. Todo el valle, desde Ambo hasta Rancho y más allá, empezaba a sentir los efectos de un aumento del caudal del río que no tenía precedentes.

Buena parte de Ambo, incluido su bello malecón, estaba bajo el agua. Ingresar a Tomayquichua debió ser imposible, ya que el río pasaba por encima del puente, cubriéndolo todo. Esos niveles jamás se habían registrado en los últimos cincuenta años. Y nuestra ciudad, la casi quincuagenaria ciudad de los vientos, no se salvó del ímpetu arrasador del Huallaga. Por varios puntos endebles las aguas ingresaron cubriendo pistas y veredas, causando justificada alarma en los vecinos aledaños. Hasta nuestro centenario puente Calicanto tuvo que soportar las fuerzas turbias del río, demostrando, una vez más, que su sólida estructura tiene para mucho tiempo, aun sabiendo que está de pie desde hace 141 años (su construcción comenzó en 1879 y culminó en 1884, es decir, que se construyó en plena guerra con Chile).

Río abajo, la urbanización Santa Séfora, ubicada a orillas del río y a unos cien metros del histórico puente y capilla de Huayupampa, sufrió una inundación de casas y calles, como no había visto desde la lejana 1993 en que sucedió un desbordamiento similar. Aclarando que aquel año la zona aún no estaba tan poblada como ahora.

Pero creo que la peor parte lo sufrieron los campesinos de Colpa Baja y Huachog. Como nunca antes se había visto, las aguas huallaguinas crecieron tanto que con facilidad sobrepasaron todas las defensas ribereñas. Desde la parte baja de Chunapampa hasta más allá de los límites de nuestro aeropuerto, el río salió de su cauce e ingresó hasta las áreas de cultivo. Creo que al día de hoy no se hecho todavía un cálculo aproximado de los irreparables daños sufridos por los habitantes de aquella fecunda zona para la agricultura.

Efectivamente, en Colpa Baja y Huachog los comuneros producen cantidad y variedad de verduras, tubérculos y otros productos que no solo abastecen a los mercados de Huánuco, sino también a los de otras regiones. Decenas de hectáreas cultivables han sido afectadas. He visto, por ejemplo, que grandes cultivos de poro y beterraga, a punto de cosechar, han sido arrasados por las aguas. Áreas recién sembradas de maíz, lechugas o frijoles quedaron inservibles por mucho tiempo.

El panorama desolador que presenta toda esa zona es preocupante ya que muchos campesinos quedaron a la deriva. El Huallaga que tantas veces ha dado vida ahora se vuelto inmisericorde. Ojalá que las autoridades comprensivas y permeables a las desgracias generadas por las fuerzas indomables de la naturaleza actúen pronto para ayudar a nuestros conciudadanos que hoy pasan por su peor momento.

Y lo más importante. Espero que el sentido previsor sea parte de nuestras autoridades ediles y regionales, sobre todo las regionales pues son las que mayor presupuesto manejan. Ahora mismo deben proyectarse la construcción de muros que puedan contener las fuerzas del río en todas las zonas vulnerables. De ninguna manera debe esperarse la proximidad de la siguiente temporada de lluvias, teniendo en cuenta que la mejor y más eficaz forma de prevenir los desastres y lamentos posteriores, es la PREVENCIÓN. Lo demás sería una irresponsabilidad sin nombre.

Huánuco, 9 de marzo de 2025.

     
 

Deja una respuesta