¡No es broma, es violencia!
Ricardo Mendoza y Norka Gaspar han saltado a la fama —de la mala, por cierto— por hacerse los graciosos comentando un caso de agresión sexual contra una niña en un vehículo del transporte público.
Mendoza, conductor del programa ‘Complétala’, transmitido a través de YouTube, y su invitada Gaspar, presunta comediante, no tuvieron mejor idea que mostrarse desprovistos de escrúpulos y empatía, empezando la narración con una expresión infame como «¿Por qué llora esta cojuda?» —dicha por Gaspar— para referirse a una niña víctima de tocamientos indebidos.
No sabía de la existencia de estos personajillos, y seguramente usted tampoco, y sospecho que su insignificancia será la misma con el transcurrir del tiempo, excepto porque su escena burlesca quedará registrada como una muestra de la forma como se normaliza la violencia hacia la mujer, aun cuando se trate de una niña o adolescente.
El repudio a las expresiones de Mendoza y Gaspar ha sido enorme, y por supuesto merecen la indignación general. Sin embargo, no tendrá mayor relevancia si no se traducen en conductas que evidencien un genuino compromiso orientado a ‘desnormalizar’ la violencia, y a sancionarla drásticamente, sin minimizarla ni ocultarla.
Datos sobran para presentar la gravedad del problema. El año 2021, según información del Ministerio de Transportes, un 65 % de niñas, adolescentes y mujeres adultas sufrió tocamientos indebidos; según la Defensoría del Pueblo, las niñas son las principales víctimas de la violencia; y, según el Programa Nacional contra la Violencia Familiar y Sexual del MIMP, la violencia sexual contra la niñez y la adolescencia en nuestro país tiene rostro de mujer. Tal es así que, cada año, más del 90 % de víctimas de violencia sexual son niñas y adolescentes.
Un alto porcentaje de mujeres violentadas consideran que la agresión no tiene mayor importancia, lo cual refleja que la normalización de la violencia de género les impide identificar como agresiones conductas con las que conviven cotidianamente»
Como verán, no se puede bromear a partir de una tragedia como esta. Más aún si consideramos que muchos de los casos de violencia contra la mujer no se conocen, porque las víctimas no denuncian ni buscan ayuda.
Cuando se ha averiguado el motivo del ‘silencio’ de las víctimas, se ha encontrado que un alto porcentaje de mujeres violentadas consideran que la agresión no tiene mayor importancia, lo cual refleja que la normalización de la violencia de género les impide identificar como agresiones conductas con las que conviven cotidianamente.
Otra de las causas es la vergüenza, el miedo y la humillación que se experimenta tras la agresión, lo cual tratándose de niñas y adolescentes puede incrementarse por la culpa que sienten la mayoría de las víctimas de abuso sexual.
Pues es tan perverso el sistema que culpa a las víctimas y justifica a los agresores, al punto que —como Norka Gaspar— le atribuye ser «cojuda» a la niña, por llorar, por haber subido al microbús, o por haberse parado en el lugar incorrecto. Cualquier subterfugio o exabrupto sirve para no ocuparse de la inequidad de género, y de una realidad que provoca sufrimiento … y mata.
La sanción y el reproche público corresponde, pero no basta; y tampoco es suficiente el desarrollo legislativo de estos delitos, si no se conjugan con su efectiva implementación y, mejor aún, con medidas eficaces que eliminen la violencia. Son tan repudiables la pretensión de convertir el crimen en payasada, como las regresiones legislativas que desprotegen a niñas, niños y adolescentes, o la majadería de designar ministros, asesores y altos funcionarios del Estado a probados agresores de mujeres. Todas esas prácticas constituyen violencia, y denunciar una silenciando las demás es complicidad, y también hipocresía.