Para los niños de Gaza no existe Convención

Germán Vargas Farías

El niño debe estar plenamente preparado para una vida independiente en sociedad y ser educado en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y, en particular, en un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad, dice el preámbulo de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), el tratado de derechos humanos más ampliamente ratificado de la historia que hoy cumple 35 años.

Adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989, son 196 Estados los que la han ratificado, expresando un consenso universal que si se manifestara en la realidad habría que celebrar.

No ocurre así desgraciadamente, aunque no se debe desdeñar que la CDN ha sido clave para que, en países como el nuestro, y en muchos otros, se reconozca a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho, personas que deben ser especialmente protegidas, habiéndose establecido políticas y varias otras medidas a su favor.

En los balances que se hace, en una ocasión como esta, desde lugares y perspectivas diversas, seguramente se dirá que Perú fue uno de los primeros países en ratificar la Convención, en 1990, y se reconocerá que la crisis institucional y la pésima gestión gubernamental que soportamos ha implicado un retroceso en materia de derechos que afecta principalmente a las poblaciones más vulnerables, entre ellas las niñas, niños y adolescentes, cuya desprotección se ha incrementado.

Permítaseme, sin embargo, referirme a los niños en otro contexto, desde mi punto de vista el más grave y desafiante desde que, el 7 de octubre de 2023, el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) perpetrara una acción terrorista al sur de Israel asesinando a 1.200 personas, y tomando como rehenes a otras 250 aproximadamente.

He escrito antes y aquí mismo sobre esto, pero no quiero dejar de hacer un comentario, a 35 años de la CDN, sobre el genocidio que hace más de trece meses ejecuta el gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, cumpliendo su anunciada «poderosa venganza» con la anuencia de los gobiernos más poderosos del mundo que deliberadamente confunden el derecho a la legítima defensa de un Estado con el castigo masivo, desproporcionado e indiscriminado que ha provocado el asesinato de cerca de 17 mil niñas y niños, mientras más de 21 mil, según Save the Children, están desaparecidos, y otros 17 mil se encuentran solos, en la orfandad, o separados de sus familias.

Israel, estado que la ratificó en 1991, se niega desde hace rato a respetar la CDN, y tras la barbarie incesante en la Franja de Gaza, donde el 40% de sus habitantes es menor de 15 años, ha causado también el desplazamiento de más de un millón de niños, que 96 de cada 100 sufran hambre, miles hayan sido heridos y estén en condición de discapacidad, y cientos, desde los ocho años, estén detenidos acusados de terrorismo.

Con la impunidad que se les permite, el gobierno de Israel ha extendido sus ataques en Líbano, y solo en los dos últimos meses, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), ha provocado la muerte de más de 200 niños y 1.100 han resultado heridos.

Se trata de un patrón desconcertante, y de una «normalización silenciosa del horror», ha dicho James Elder, portavoz de Unicef, y de una traición, puede agregarse, de los líderes del mundo cuyos Estados hace 35 años, al firmar y después ratificar la CDN, se comprometieron a proteger y hacer cumplir los derechos de los niños y hoy son cómplices, sino responsables directos, de su exterminio.

No hay refugio seguro para los niños y las niñas de Gaza, y del Líbano, violentados en sus casas, colegios, hospitales o templos. Israel no permite el ingreso de ayuda humanitaria, para paliar en algo la tragedia que provoca, pero les asedia con proyectiles y miles de toneladas de explosivos que ha convertido la Franja de Gaza, según el Secretario General de la ONU, António Guterres, en un cementerio de niños.

En el preámbulo de la CDN se reconoce que en todos los países del mundo hay niños que viven en condiciones excepcionalmente difíciles que necesitan especial consideración. Lo que sufren los niños palestinos supera el horror que podamos imaginar. Se trata –como dice Guterres- «más que una crisis humanitaria, de una crisis de humanidad».

¿Cómo educar, entonces, a los niños del mundo en un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad, como dice el preámbulo de la Convención, si millones de ellos, en un pequeño territorio del mundo, están siendo masacrados?

     
 

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