Rosalino Flores, una muerte más a la cuenta de Dina Boluarte

Germán Vargas Farías

Rosalino tenía 22 años cuando lo asesinaron. Su muerte no fue casual, participaba en las protestas contra el gobierno de Dina Boluarte, y estaba como muchas otras personas indignado por las matanzas ocurridas días antes en Andahuaylas, Ayacucho y Juliaca.

Su muerte no fue un accidente. Rosalino, el hijo de Leonarda Valverde y Juan José Flores, recibió más de 30 impactos de proyectil cuando se manifestaba exigiendo el adelanto de las elecciones generales, la renuncia de Dina Boluarte, y reclamaba en su natal Cusco por la ejecución extrajudicial, hasta entonces, de aproximadamente 40 personas.

Cuenta su hermano Juan José, de 24 años, que “el 11 de enero de 2023, Rosalino estaba en la Av. 28 de Julio, allá en Cusco, y hubo un momento que a él le dispararon, a una distancia de dos metros más o menos, por la espalda, y allá en el hospital Antonio Lorena me dijeron que, como era cerca, los casi 36 perdigones que recibió mi hermano en el cuerpo le habían dañado todos sus órganos vitales. Y los doctores de allá me dijeron que le han sustraído casi el 60 por ciento de sus intestinos, y también los disparos le habían afectado lo que es el pulmón, el riñón, y también lo que es el intestino delgado y el intestino grueso”.

Rosalino fue trasladado a Lima el 22 de enero, y pese a la gravedad de su estado mantuvo la esperanza en su recuperación. Su hermano Juan José le acompañó desde entonces, y hace unos días le contó a mi colega Norma Hinojosa, que: “Hay veces que esos doctores de acá del hospital me dicen que sí o sí tiene que ser referido porque… no sé si, en mi forma de pensar, no sé si son especialistas, no informan bien, ahorita lo que quiero es que me confirmen qué es lo que va a pasar, o qué es lo que a él le va a hacer falta, o algo ¿no? Pero hasta el momento solo me dicen que se va a recuperar, que tiene que recuperarse. Cada vez que vengo solo le cambian, le limpian, y nada, no toman una preocupación de decir ‘’esto es así’’, no me dan nada de información en esa parte”

Así estuvieron durante casi dos meses, Rosalino aferrándose a la vida, y Juan José entre la incertidumbre y la esperanza de retornar con su hermano a Cusco, para reunirse nuevamente con sus seres queridos.

Juan José vio a su hermano llorar, preguntándose “¿por qué me pasa a mí?, ¿por qué me ha pasado esto?”; y, a Norma, Rosalino le contó que añoraba volver a su comunidad “para respirar la tranquilidad de mi pueblo, y para mirar las estrellas”.

Rosalino era estudiante de Gastronomía, carrera que iba a culminar este año. Pensó viajar a Lima en alguna oportunidad, quizás para trabajar o especializarse, pero nunca imaginó que sería en tan trágicas circunstancias. Los dos últimos meses de su vida los pasó en hospitales, consciente, queriendo comprender lo que le había pasado a él, a muchas otras personas, y al país.

En todo ese tiempo no se le escuchó arrepentirse por haber participado en una marcha, ejerciendo su derecho a la protesta. Lo hizo porque anhelaba un país mejor, porque quería ser solidario con las familias que sufrían por la muerte y las heridas de sus seres queridos, y porque estaba convencido de la importancia de participar.

Rosalino murió ayer. Con él, dice una nota de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, suman 49 los civiles ejecutados por las fuerzas del orden durante el régimen de Dina Boluarte. Un gobierno que tarde o temprano tendrá que dar cuenta de sus crímenes, y que habrá podido acabar con la vida de decenas de personas y perpetrado varias otras violaciones de derechos humanos, pero no acabará con la ilusión de hombres y mujeres que, como Rosalino, reclaman su derecho a caminar tranquilos por las calles de sus pueblos y ciudades, y aspiran que nada les impida mirar las estrellas.

     
 

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