Una ruta antigua

Andrés Jara Maylle

Según cuentan las voces mayores, primero fue un angosto camino que se extendía desde La Alameda siguiendo una ruta que llevaba hacia los diversos pueblos de norte de la ciudad, por donde andando los tiempos ingresaría la turba revolucionaria en 1812 para reivindicarnos de la felonía chapetona. Acaso era solo una estrecha trocha por donde caminaban pastores, traficantes de aguardiente, bandoleros furtivos y pishtacos desalmados.

Lo cierto es que se trataba de una ruta conocida y concurrida, que era usada por toda la gente que iba hacia las otrora haciendas de Colpa Baja, Huachog, Conchumayo, Ingenio y más pueblos; en realidad, rincones paradisiacos que hasta ahora, pese a nuestra miopía, mantienen su imponente belleza, sus aromas de fruta madura, sus vientos frescos bajo la sombra de sauces y eucaliptos.

Ese camino era el ingreso a Huánuco por el barrio de Huallayco desde tiempos inmemoriales. Por allí caminaban niños y viejos, comerciantes y agricultores, peones y capataces; en suma, hombres y animales venían hacia Huánuco o se iban de ella, dependiendo de sus urgencias e intenciones.

La ruta pasaba por un costado del puente Huayupampa, siguiendo la margen izquierda del Huallaga y se incrustaba en el roquerío del cerro Sengan Urco, cuya base era lamida por el eterno y menudo oleaje de nuestro río milenario, testigo de nuestras miserias y grandezas.

Cuentan las leyendas que la zona más riesgosa y temida de aquella ruta antiquísima era la quebrada de Suncha Ragra y La Tejería (hoy áreas intensamente pobladas). Hombres y mujeres se persignaban píamente no importando si fuera mañana, tarde o noche. Allí, dicen, siempre esperaba, furtivo e imaginario, el temible pishtaco, que con su wincha invisible y legendaria cortaba de un solo tajo el cuello de la gente para luego trasladar el cuerpo inerte hacia un ragá, colgarlo desnudo con unos ganchos desde unos tijerales como si fueran chanchos y, a fuego lento, derretirlo lentamente para aprovechar el sebo que, también dicen, era fino y costoso.

Pasando el tiempo, autoridades y hacendados decidieron construir una precaria carreterita que, poco a poco, se fue extendiendo siguiendo el valle, hacia los pueblos aledaños. Ese camino avanzaba por las quebradas, trepaba las lomas y las montañas y llegaba a las comunidades acortando las distancias. Así, se vieron enlazados pueblos como Pachabamba, Garbanzo, Quera, Pomacucho, Llacón, Sirabamba. O por otra ruta: Cascay, Quechualoma, Tambogán, Utao, Pagsha. O más allá: Churubamba, Vinchus, etc.

Lo cierto es que desde cuando despertamos a la razón vimos siempre esa carretera polvorienta, llena de baches y angosta, que avanzaba siguiendo las sinuosidades del Huallaga. Por allí, iban y venían, en las mañanas y en las tardes sobre todo, los heroicos «mixtos», unos camioncitos adaptados para trasladar, indistintamente, gente, carga y animales al mismo tiempo

Por ese camino polvoriento, a media mañana, avanzaban presurosos, los autos que llevaban pasajeros hacia el aeropuerto. Entonces, una nube de polvo se levantaba a lo largo de toda la ruta, un sello característico de nuestro subdesarrollo.

Así, pasado el mediodía, indefectiblemente, surcando los aires por encima de la ciudad, aparecía con su ruido ensordecedor el avión de Faucett y luego de Aero Perú. Desde Moras Pampa se podía presentir tanto el aterrizaje como el despegue de esos épicos y osados aviones. Solo bastaba ver la inmensa polvareda que se levantaba del terroso aeropuerto (porque el asfalto es reciente) para intuir que el avión estaba despegando hacia Lima. ¿Y dónde diablos estaría Lima? No lo sabíamos. Esa ciudad solo lo conocíamos de a oídas, gracias al relato de quienes, en algún momento, habían viajado con La Perla del Oriente o, tal vez, con Arellano. Nada más.

Luego de algunos minutos del despegue, aparecían con dirección a la ciudad, una hilera de autos o camionetas trayendo a los viajeros que sin duda quedaban asombrados por el polvo intenso que los envolvía a lo largo de toda la ruta, hasta ingresar, con alivio, a La Alameda, la primera calle asfaltada en esa zona.

Sin embargo, el tiempo no ha pasado en vano. Hace muchos años ya se ensanchó y asfaltó esa ruta antigua y, por fin, se convirtió una ruta civilizada. Ir hacia Colpa Baja o al aeropuerto ahora es un viaje rápido y cómodo.

¡Cuánto ha cambiado aquel caminito, en la vida real y en mi memoria!

Huánuco, 16 de febrero de 2025

     
 

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