La guillotina de Hume

Eiffel Ramírez Avilés

Se debe al filósofo inglés del siglo XVIII, David Hume, unas palabras decisivas en la filosofía moral occidental: el famoso pasaje ‘es-debe’. Este se encuentra en su Tratado de la naturaleza humana (Libro III, part i, sección i) y, por supuesto, cuál es su verdadero significado, es algo que ha sido objeto de debate –y lo es hasta ahora– por muchos pensadores. Aunque también se lo conoce como la “ley de Hume”, fue el profesor Max Black quien bautizó al pasaje, de manera más apropiada,  como la “guillotina de Hume”.

¿En qué consiste esta guillotina? Naturalmente, las opiniones están divididas; pero existe una ‘interpretación estándar’ que nos dice de qué se trata; la podemos resumir brevemente del siguiente modo: no es posible que, a partir de proposiciones fácticas, se pueda efectuar una conclusión de corte normativo. Más brevemente: no es posible deducir de los hechos una conclusión moral. Veamos un ejemplo:

El sexo en los burdeles es una causa de la propagación del SIDA.

Además, las mujeres son explotadas en estos lugares.

Conclusión: Los burdeles deben ser cerrados y las mujeres deben estar prohibidas de trabajar en este tipo de locales.

Para efectuar una conclusión moral se requiere necesariamente un fundamento moral; no meras observaciones, sentimientos o estadísticas.

Como se habrá visto, en las proposiciones (1) y (2) se ha utilizado la cópula ‘es’ y ‘son’; mientras que en la conclusión (3) se ha usado el ‘debe ser’ o ‘debe estar’. En tal sentido, la guillotina de Hume señala que esta conclusión no es válida, porque para eso también las premisas (1) y (2) tienen que contener, por lo menos una de ellas, un ‘debe ser’. En resumen, nuevamente, no es posible deducir de simples hechos, una conclusión moral. Para efectuar una conclusión moral se requiere necesariamente un fundamento moral; no meras observaciones, sentimientos o estadísticas.  

Ha habido, claro está, intentos de superar el ‘abismo lógico’ que presenta el ‘es/debe’. Por una parte, estuvo el propio profesor Max Black, apelando a la naturaleza de los ‘consejos’: estos últimos son híbridos entre un dato fáctico y un imperativo (moral); asimismo, toma en cuenta a los actos performativos, los mismos que se aprecian directamente en el caso del ajedrez: cuando uno está dentro de ese juego, deberá aceptar sus reglas necesariamente para seguir jugando. Por otra parte, tenemos al profesor John Searle, para quien se puede derivar un ‘debe’ a partir de un ‘es’; así, por ejemplo, la institución de la promesa ya genera una obligación: prometer es decir algo, pero a la vez es obligarse bajo ciertos términos; de ese modo, entre un hecho (expresar unas palabras de promesa) y una norma moral (estar obligado a cumplir con la promesa) no habría un abismo lógico, ni se aplicaría la guillotina de Hume. 

Para mí, las estrategias para eliminar o evitar la guillotina de Hume son jugarretas. No es posible superarla, porque ella no es un mero instrumento teórico o un soporte lógico. Nos dice algo más, fundamentalísimo. Aquella guillotina es la puerta a un nuevo reino, uno que usted o un presidente, o un obrero, o un corrupto, o un juez, o una ama de casa, o un niño, o un médico, etc., ha ‘intuido’ en algún momento de su vida. Es el reino de la moral o del valor. Sí: la moralidad es un reino independiente, que no podemos tocar ni observar, porque no se trata de hechos, sino de valores. Decimos que la tortura o la corrupción es mala, no porque las observamos o porque se dan frente a nuestras narices (observamos, en todo caso, a hombres que maltratan y a otros que hurtan el recurso público), sino porque creemos que hay un valor –que puede ser el respeto hacia la integridad del otro o la honestidad– que nos ‘dicta’ que aquellos dos actos están mal absolutamente. Sé que esto que vengo diciendo es kantiano; pero piénsese en esto: ¿por qué nos ‘convencen’ los valores?; ¿por qué algunos principios tienen un peso que nos obligan a actuar conforme a ellos?; ¿por qué aprobamos la decisión de un juez que dice que el parricida debe ser castigado con una condena de cárcel?; ¿solamente porque así dice la ley o porque así nos han enseñado en la escuela o por la mera costumbre de ver a la gente a ir a la cárcel cuando ha cometido un delito? ¿No será más bien porque creemos que ‘hay algo’ llamado ‘valor justicia’ que nos convence de reprobar a alguien que ha matado a su padre por puro placer?; ¿pero dónde se encuentra ese ‘valor’? La guillotina de Hume es, pues, para expresarme mejor, la llave maestra: los valores no están en los hechos, hay que ‘buscarlos’ a punta de reflexión y pensamiento.

Resulta paradójico que David Hume, un pensador que otorgó mayor peso a los sentimientos y las emociones en su filosofía moral, con su pasaje ‘es-debe’ nos haya dado la oportunidad para ‘captar’ los valores, los mismos que serían justamente independientes de los sentimientos y de las emociones. Todo pensador debe saber del riesgo de que sus teorías no sean conformes a lo que originalmente habría querido como se desarrollaran o tomaran en cuenta. Es el justo precio de la fama. Que Hume, en fin, haya previsto o no lo que habría de generar con sus pocas palabras, resulta irrelevante ahora. En todo caso, fue él un instrumento, un profeta ciego, del reino de la moral.

     
 

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