Un verso

Hubiera querido no ver, hubiera querido, aquella noche, caminar calato por el malecón para que se consume su vergüenza; quizá era la maldita hora en la que sea por fin él mismo: desnudo, libre, loco. Hubiera deseado que su madre no lo viera, que no mueva la cabeza reprochándole una vez más. Esa noche quiso sentirse poeta, esa noche quería escribir un poema, pero ¿qué hubiera podido escribir?, ¿qué diablos pudo haber escrito que leyeran en otros tiempos? No articulaba una sola palabra. ¿Qué podría contar que mereciera ser leído? Hubiera escrito que extraña a sus amigos, hubiera escrito memorias ajenas, tristezas que nunca le pertenecieron, hubiera escrito que viajó sin sentir frío hasta el pico más alto del mundo para luego ser olvidado, hubiera dicho que ha fallado a todos, diría un solo verso de amor, ¿para qué?, ¿a quién se lo iba a entregar?, ¿a quién que quisiera leerlo se lo cantaría?, ¿delante de qué figura se arrodillaría?
Mientras pensaba, un tumulto gritaba que ya no había un mañana, ¿ellos también merecían un verso? No, nadie merecía un verso a esa hora, quizá insultos sí y sobraban para esos tipos y para él, para él…
Ahora es un laberinto, ahora sigue pensando y soñando en ser poeta, no puede, se quiebra, se traba. No, Felipe no es poeta, a esa hora solo piensa en su madre, en su hermana, en su amiga Wendy. Les falló, les falló irremediablemente y no pedirá perdón menos leyendo un poema en voz alta.
Cruza la pista lentamente, quiere que un auto lo arrastre al olvido, quiere irse para siempre. De pronto, un hombre con cabello largo toca una guitarra. Le parece reconocerlo, le parece saber qué sigue…
Cruza la pista, le parece reconocer la melodía, le parece escuchar, le parece escucharse. Piensa en su fin de semana, piensa en Pancho, en su familia, piensa en todas sus últimas noches en las que ha fallado, en las que se ha fallado, en las que ha defraudado su destino. «¡Basta!», se grita, pero es en vano, su silencio se prolonga y el eco de su voz le grita en los propios oídos. Sabe que puede silenciar a todo, nunca a sí mismo, nunca. «¡Nunca, carajo!», se grita, se silencia. No puede.
Cruza la pista como quien se enfrenta a su destino, cruza porque sabe que no hay otro camino…Felipe se sentó junto al hombre de guitarra. «Me quedaré en silencio viéndote partir», él sabe lo que sigue, sabe qué viene después y llora, llora y sigue llorando esperando un abrazo, esperando una palabra que nunca va a oír porque no es un poeta, porque su vida no es un poema, porque él jamás fue un verso…