Condecorando al verdadero rostro del Congreso
Hoy, a las 11:00 am, tal vez mientras usted lee Página3, el Congreso de la República estará condecorando, con la entrega de la medalla en el grado de Gran Cruz, a María del Carmen Alva, ex presidenta de ese poder del Estado.
En la ceremonia también se develará un retrato en óleo sobre lienzo de la señora Alva, cuyo costo es de 9 mil soles, dinero que no se ha conseguido haciendo una «chanchita» entre sus colegas congresistas, sino que se suma a la cuenta que pagamos usted, yo, y todos los peruanos.
En general, no soy de las personas que se oponen a los homenajes, ni a los reconocimientos que se establecen desde las instituciones del Estado, pues creo que existen personas que realmente lo merecen, que son ejemplares por haber dedicado su vida a una noble causa, o por servicios específicos que han contribuido al bienestar de los demás.
Entiendo que la condecoración establecida por el Congreso de la República tuvo originalmente ese propósito; sin embargo, se devaluó cuando los mismos congresistas empezaron a otorgarla a algunos por simplemente haber ocupado la presidencia, sin importar si se trataba de un expresidente de la República de facto como Manuel Merino, a quien ya habían premiado antes, cuando lo blindaron, librándolo de la acusación constitucional por las muertes de los jóvenes Inti Sotelo y Brian Pintado.
Tantas veces la hemos visto que, podemos decir con certeza, si hay una persona verdaderamente representativa del actual Congreso de la República, esa es Maricarmen Alva»
Fue Maricarmen Alva la que, precisamente, en su condición de presidenta del Congreso, condecoró a Manuel Merino, y lo mismo hizo con Pedro Olaechea y Luis Galarreta. Cuando se le cuestionó por hacerlo, respondió que era un tema meramente protocolar, y que habían sido condecorados por ser expresidentes.
Falso, por cierto, porque Francisco Sagasti y Mirtha Vásquez también desempeñaron ese cargo y, que se sepa, nunca se le ocurrió a Alva, ni al actual presidente Williams Zapata, condecorarlos.
De modo que las condecoraciones pueden ser también expresión de la mezquindad de quien las otorga, y a veces, de quien las recibe. Ese es el caso del galardón que se ofrecerá a María del Carmen Alva, la señora que hace poco vimos maltratando a su colega Francis Paredes presionándola para que cambie su voto a favor de la bicameralidad, y que tiene un prontuario de exabruptos y hostilidades que, sin duda, definen su personalidad, gracias a la cual, según sus alucinaciones, «estamos en democracia».
Tantas veces la hemos visto que, podemos decir con certeza, si hay una persona verdaderamente representativa del actual Congreso de la República, esa es Maricarmen Alva. Clasista, racista, rústica, soberbia y desubicada, es una congresista a la que, si algo le debemos, es este remedo de democracia que ella y la mayoría de sus colegas cada día se empeñan en envilecer más.
No puede tener afecto por la democracia quien, cuando fue presidenta del Congreso, y a propósito de condecoraciones, justificó la que se otorgó a Roberto Huamán Azcurra, exmilitar considerado brazo derecho de Vladimiro Montesinos, el poderoso asesor de Alberto Fujimori también condenado por corrupto y asesino.
Por la personalidad de congresistas como Maricarmen Alva, y por la falta de escrúpulos que caracteriza y la impunidad que se regalan, al menos 8 de cada 10 peruanos les detesta. Pero allí están, como poniendo a prueba nuestra paciencia, mochando el sueldo de los trabajadores asignados a sus despachos, encubriéndose unos a otros, y legislando de acuerdo a sus intereses y prejuicios.
En el Perú nunca hemos tenido un buen Congreso, aunque sí algunos honorables congresistas; pero este, que condecora a Maricarmen Alva, se parece mucho a ella, y la verdad es que no recuerdo uno peor.