El pragmatismo político

Doenits Martín Mora

Entre un político pragmático y otro que practica la filosofía pragmática, el primero actúa guiado por su conveniencia, mientras que el segundo favorece las acciones que producen resultados satisfactorios. El gran dilema de los gobernantes es escoger entre sus ideales y las soluciones prácticas que las circunstancias del momento reclaman, porque generalmente, y esa es la tragedia de la política, los dos tipos de soluciones pugnan entre sí. Por eso los políticos tienden a incumplir sus promesas y a traicionar sus ideales, a seguir la opinión aceptada más que a guiar por el camino correcto. Pocos tienen el liderazgo para arriesgarse a convencer a sus conciudadanos de recorrer el camino largo, sembrado de sacrificios e incógnitas, que requieren las mejores soluciones a los problemas. Pero los más exitosos ejercen un liderazgo pragmático, combinando una visión creíble e inspiradora que impulse a los ciudadanos a intentar soluciones conseguibles, con un manejo flexible que regule la tensión creativa que requieren los grandes esfuerzos, para que esta no se haga intolerable.

La discusión sobre si un gobernante debe actuar ceñido a principios y valores, o buscando la efectividad de sus acciones, ha sido eterna y una de las más relevantes en términos de la moral y la política. En un país como el Perú, más aún en la región Huánuco, con una tendencia tan acentuada a valorar las acciones por sus efectos prácticos, independientemente de los medios que se utilicen para conseguirlos, este debería ser uno de los temas angulares de la discusión pública, porque las campañas electorales recientes son de bajo contenido ideológico. El votante prefiere reflexionar sobre las promesas, la imagen, la trayectoria personal y el entorno familiar. Y mientras más negra es la propaganda, más morbo y, por ende, más atractivas.

La historia reciente de Huánuco tiene dos ejemplos reveladores de las dos formas del pragmatismo: los gobiernos de Luis Picón Quedo y Rubén Alva Ochoa. El primero estuvo marcado por la aplicación de políticas pragmáticas electoralmente, por eso inauguró cuanta obra pública le fue posible. El segundo corrió riesgos enormes, cimentando proyectos a largo plazo que no pudo sino concretar al final de su periodo e incluso ahora se vienen ejecutando, lo cual no quiere decir que tuvo una gestión eficiente; pero sí que seguramente se guió por la convicción pragmática de que eran las más apropiadas para producir un resultado satisfactorio.

Pero esto también se puede apreciar a gran escala, en el ámbito internacional, puesto que el historiador James T. Kloppenberg en su libro sobre las influencias que moldearon el pensamiento del presidente Barack Obama, señala dos conclusiones importantes: que Obama es realmente un intelectual y que su visión política está moldeada por la filosofía pragmática. Aparentemente los hechos demostrarían lo contrario, que los males políticos de Obama son consecuencia de su falta de pragmatismo político, de haberse dedicado a sacar adelante reformas impopulares dejando tan insatisfechos a sus aliados de la izquierda como a sus enemigos de la derecha. Pero, sostiene Kloppenberg, las reformas impulsadas por Obama son resultado de su pragmatismo filosófico, orientado a escoger la política más efectiva de acuerdo con la coyuntura histórica.

Ahora bien, dado estos alcances, cabe averiguar si nuestros actuales gobernantes se identifican como político pragmático y uno de filosofía pragmática.

     
 

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