Arroz quemado

En la olla se freía el aderezo. Dominic, en la estrecha cocina, se acercó y lo meneó con el cucharón de palo. La cebolla y los ajos tomaban color, y mezclados con la pimienta y el comino, desprendían un olor agradable. Buscó en el soporte, que se extendía desde el fregadero, la licuadora donde se encontraba la mezcla de culantro, kion y ají amarillo, en una pasta verdosa, que era el ingrediente principal del plato de comida que estaba preparando. Sacó de la base el enorme vaso de licuadora y vertió la mezcla verdosa en la olla. Enseguida, escuchó un pequeño estallido al colisionar la mezcla con el aceite del aderezo. Puso el vaso de la licuadora en el fregadero y volvió a la olla para remover el contenido con el cucharón de palo.

Romper la mano

¿Tú qué hubieras hecho? Yo contesté el celular y, al escuchar su voz, dejé que hablara: «Hermano, me detuvo la policía. Ven, por favor, estoy en la esquina de Junín y Huallayco». No se notaba mareado ni desesperado, pero, como lo conozco, sabía que se trataba de un pedido urgente. Así que agarré las llaves de la casa, metí todos los billetes que encontré al bolsillo y salí en completo silencio para no despertar a mi mujer.

Reflexiones posteriores

Las sombras se apoderan de la pequeña sala. Sigo recostado en el asiento, al lado de la mujer con la niña en brazos y el joven con apariencia de deportista. Tal vez mi peor error fue compartir el artículo en redes sociales, pienso. Entonces, hubo reacciones favorables, por lo que me sentí en uso de la razón. Pero luego sobrevino una diatriba de críticas que me hicieron cuestionar mi postura.