Masacre de los Penales, Recordar (no) es volver a vivir
Por Germán Vargas Farías
Ya he contado que uno de los hechos más horrendos y vergonzosos ocurridos en nuestro país durante el conflicto armado interno fue la masacre de los penales. Entre doscientos cincuenta y trescientos internos fueron ejecutados sumariamente. Era junio de 1986, y gobernaba Alan García Pérez.
Es cierto que durante ese periodo fueron muchos los sucesos que nos conmovieron profundamente, y gran parte de ellos tuvieron que ver con acciones perpetradas por Sendero Luminoso. Pero ese episodio en El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, fue particularmente horrible por la crueldad y vesania que lo rodeó. La mayoría, si no todas esas personas fueron asesinadas luego de haberse rendido y, en El Frontón, como consecuencia de un bombardeo tan desproporcional como criminal.
Lamento trucho. – Lo que vino después fue igualmente repugnante, un desfile de dirigentes políticos y líderes de otros sectores “lamentando” pero justificando la brutalidad, y el presidente de la República haciendo gala de un histrionismo absolutamente desagradable que reveló el enajenamiento de quienes detentaban el poder. La vida perdía valor en el Perú, y el terror de Sendero, y el ejercido desde el Estado, pretendía ser heroico. Perdíamos en democracia, en derechos humanos, en humanidad.
Lucidez ante la barbarie. – Uno de los pronunciamientos más claros en ese contexto fue de UNIR, una coalición de izquierda que tuvo corta duración. Decían en su comunicado: «El gobierno aprista, lejos de intentar una solución pacífica encargó el debelamiento de los motines al Comando Conjunto. En ningún momento se buscó el diálogo. Por el contrario, se utilizó maliciosamente a los integrantes de la Comisión de Paz, en una gestión que los compromete gravemente. Los sucesos de los penales, prácticamente rayanos en el salvajismo, no son ni pueden ser justificados en nombre de la defensa de ningún sistema democrático. Menos aún en defensa del principio de autoridad. Los sucesos que indignan la conciencia de los hombres libres, demuestran el fracaso del gobierno aprista en garantizar al país una salida democrática y señalan más bien el reforzamiento de una praxis sumamente autoritaria y fascistoide”
Desmontando la farsa. – Se llegó a decir que los internos de los penales habían pretendido chantajear al gobierno, y a la democracia. Le preguntaron al entonces senador Rolando Ames Cobián, y esto contestó: «No. Yo creo que se ha dado una interpretación tremendista de los motines. Revisemos la historia reciente. Ha habido motines simultáneos varias veces con el fin de hacer propaganda política, de hacer noticia y de buscar mejores condiciones de vida y evidentemente de libertad política excesiva en la cárcel. Pero no eran, y este tampoco lo ha sido, motines para tomar las cárceles y desde allí intentar una ola insurreccional o algo así. Creo que la idea que está quedando es que esta toma era como el comienzo de una especie de guerra civil y nada de eso es cierto a tenor de las mismas informaciones: en Lurigancho, por ejemplo, no había ni una sola arma de fuego en poder de los senderistas, en El Frontón había 3 fusiles ametralladoras, creo que con esas armas no se podía hacer nada (…)»
Pertinencia de la memoria. – Ejercitar nuestra memoria es una necesidad, nos ayuda a evitar enfermedades degenerativas como la impunidad. 34 años han pasado y, aun en tiempos de pandemia, debiéramos preguntarnos por qué fue posible la barbarie en nuestro país. Ocurrió, sí, ¿y cómo fue posible que eso pasara?, preguntas siempre pertinentes porque no se puede erigir nada bueno y duradero, negando u ocultando lo ocurrido.