Un café de salida

Jorge Cabanillas Quispe

Pasas la página, no ha salido Ciudad desnuda. Suspiras, te resignas. Frunces el ceño. «Ese fue el cabrón que me rozó la noche anterior», te dices a ti mismo. En ese momento pensaste que estaba loco, pero no. Estaba, probablemente, ebrio. Lo que no te cabe duda es que el tipo de aquella camioneta era lo suficientemente tarado como para creerse inmortal.  Ahora lo detestas por haber matado, por haber ocasionado un baño de sangre y porque, aunque quieras pensar lo contrario, sabes que, en tu ciudad, en tu país, la justicia aún no se termina de descubrir: es tan solo un experimento fallido cada día como si se tratase de una vacuna.

Se te vuelve la imagen del día anterior, pasó rápido, ¿no? Los cementerios estaban atiborrados de gente. Van ahí a reposar los cuerpos, pero hay días en los que se llena de almas que penan en la tierra sin más consuelo que la añoranza. Bebes una taza de café. Quisieras fumar, pero sabes que eres débil, que luego de la primera pitada no habrá marcha atrás. Suspiras nuevamente, sientes que alguien te habla, pero es el viento que responde tu nostalgia, que te advierte con un silbido que estás vivo. Tratas de enfocarte. Hoy será un día jodido, como todos; pero quizá tengas que lidiar con burócratas ineptos que se sienten dioses y esperan reverencias que en ocasiones tienen que ser en efectivo. ¿Se vale sentirse triste los lunes?, te cuestionas. No te respondes. Tomas otro sorbo de café, aún queda la mitad. Mueves la taza y ya no te importa la hora.

Divagas en tus pensamientos: tildes, sangre, mayúsculas, cementerios, el verbo, la hora final. No es la primera vez que te pasa, te lo dices para consolarte. «!Vamos!, quizá nada malo pase hoy», te dices para animarte; pero sabes que es inútil, que siempre pasa algo, que habrá, inequívocamente, algo que lamentar o por lo cual renegar. Sabes que recibirás llamadas que no querrás contestar. Pensarás en la conmemoración del día anterior y volverás a sentirte como aquel muchachito que esperaba una llamada que no llegó y que nunca llegará. Una vez, el nudo en la garganta, el deseo de una penúltima pitada. Pero te detienes, un sorbo más. ¿Te conmovieron las noticias? No, pero sabes que te frustraron, que te entristecieron profundamente.

Quisieras no toparte con nadie hoy, quisieras encerrarte y no salir con el pretexto de que hace frío, pero no lo haces te pones de pie y bebes un último sorbo. Agradeces de alguna manera que la muerte aún no te haya elegido para saltar la cuerda, que te tenga quizá como su último pasajero. Te quedas en silencio. Nuevamente sientes enojo por las formas de morir que leíste. El viento frío te roza, y descubres otra rabia, esa que no originó ninguna página, esa que renace un siempre como hoy, que se origina un día antes y te deja con una resaca violenta que te inmoviliza; pero sabes que tienes que seguir, aun con esas noticias que te parten a menudo, con los burócratas que no soportas, con esa ciudad, con ese sistema y aun sabiendo que nunca llegará una llamada de un padre, cuyo cuerpo que no conociste yace en el camposanto.

     
 

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