Frente a la página

Quizá hubiese dormido un poco más sin esas alucinaciones nocturnas; probablemente hoy se vería más joven si no hubiese pasado tantas noches en vela, probablemente si no hubiese abandonado esa carrera de leyes, hubiera tenido que soportar  utilizar corbata y vestir de saco a diario, pero se hubiera asegurado un salario solvente y prometedor; a cambio, solo tenía que resignarse a las ocho horas diarias, a una oficina de cuatro por cuatro y a litigar y litigar defendiendo a otros.

El aroma de las flores

No se acercó. Contempló de lejos el tumulto en el centro de la plazuela y pensó que se trataba de algún pequeño mitin de políticos que trataban de convencer a los oyentes que solo ellos y sus ideas, por más estúpidas que fueran, eran el único camino para enderezar este país que últimamente anda más torcido que de costumbre; o quizá se trataba de algunos cómicos ambulantes que, a diferencia de los primeros, buscaban ganarse la vida de forma honesta.

De venganzas y traiciones

Siempre fue así, ¿no? Toda la vida fue la misma cojudez. Todo comenzó cuando Judas traicionó a Jesús. No, no. Fue antes, casi, casi cuando comenzó el mundo. Fue cuando Dios expulsó a la serpiente, la serpiente engañó a Eva y Eva tentó a Adán; luego este par, así calatitos como estaban, fueron expulsados y tuvieron hijos, y otra vez, la misma vaina: por celos Caín mató a Abel y Dios condenó a Caín, Caín anduvo mostrenqueando por ahí, luego vino el diluvio, porque como seremos de jodidos los seres humanos que hasta al que nos creó le colmamos la paciencia.

La noche del insomne

A esa hora el Huallaga estaba a punto de inundar el malecón, pero no le importaba. Pensaba en los últimos días, en las horas que había pasado frente a la página en blanco. ¿De qué escribir? ¿De los amores perdidos?, ¿de las traiciones consumadas?, ¿de los amigos que lo habían dejado? Nada de eso lo conmovía en ese momento en el que terminaba de cruzar el puente sin mirar a ningún lado.

¡Vuela alto!

La vi por primera vez cuando me daban de alta del hospital. Yo no quería permanecer un minuto más; ella, seguramente, tampoco; sin embargo, según me dijo mi hermana cuando me la señaló por la ventana de su sector de hospitalización, llevaba sus padecimientos con paciencia, con la firme esperanza de que en algún momento iba a salir de ahí para cumplir los sueños que había tenido y que seguía soñando postrada en esa cama.

El Higueras puede esperar

Sentado frente al Higueras, Felipe añora sus primeros años de vida, recuerda a su Biñi, las historias que le contaba. Levanta la cabeza y observa los cerros, imagina que desde uno de ellos se lanzó el toro al enterarse de la infidelidad de la vaca, cierra los ojos y trata de imaginar las viejas casas que en otro tiempo poblaron aquellos lugares. Siente la brisa fresca y habla en voz alta con las aves, con los árboles. Siente que es un niño, mete los pies al agua y recuerda aquella tarde de domingo en el que lo hizo junto a su abuela. Levanta la cabeza hacia el cielo y piensa que los ausentes ahora están en un lugar mejor y que a esa hora de su soledad lo observan.

Punto Olímpico

Quizá Ray había programado todo el día anterior. Felipe no consideró, ni en sus sueños más profundos, haber llegado a ese lugar del que apenas había escuchado años antes. Los miró y fue profundamente feliz. Reconoció en Ray la fortaleza de la vida y en Rayito la ternura que rodeaba a la musa y la libertad: todo en un solo paisaje.