Vértigo

Además de su inexplicable miedo a cualquier insecto que pase de los diez centímetros, Felipe, desde que tiene memoria, nunca se había atrevido a treparse ni siquiera a los pequeños tiovivos que se instalaban en las ferias que se organizaban y se abarrotaban de gente cuando el aniversario patrio o de la ciudad de los vientos se asomaba sea por vértigo, miedo, cobardía o como sea que se le llame. Siempre supo inventarse pretextos para evitar pasar por ahí. Piensa en eso mientras mira al frente y siente que sigue siendo un niño, con barba, pero un niño después de todo.
¿Cómo había aceptado estar ahí? ¿No había sido suficiente controlar su respiración y tratar de equilibrar sus latidos unos días antes cuando se trepó a la ruleta? Respiró lentamente y miraba por momentos hacía el otro extremo. Hubiera podido salir corriendo, pero corría el riesgo de que su torpeza lo traicione y resbalarse o doblarse un pie. Suspiró resignado y decidió, muy a pesar suyo, quedarse quieto en ese lugar a esperar su turno.
Miró al cielo, estaba cubierto de una capa gris, quiso consolarse pensando que era neblina, pero él, igual que todos los que estaban ahí, sabía perfectamente que era a causa del humo ocasionado por los incendios forestales que el Estado no podía ni quería controlar porque estaban más ocupados organizando honores fúnebres que no merecía el dictador, corrupto y asesino que había muerto luego de muchos años de anunciar su interminable y poco creíble agonía.
El calor era misericordioso con él a esa hora. Escuchaba el canto de las aves, silbaba con ellas para hacer más llevadera la espera. «Antes había más aves y más árboles», le dijo el joven que los llevó hasta ese lugar. Felipe trató de imaginar la selva según el relato de su guía, pero no pudo: faltaba poco para que sea su turno y su respiración era cada vez más rápida.
Caminó lentamente, no quiso observar el cielo ni los cerros que se encontraban cerca para no volver a pensar en el daño irreparable que le estábamos haciendo a este pobre planeta. El joven le tocó el hombro porque seguro se había percatado de que tenía la cara como si hubiera visto a Shataco calato o como si la izquierda hubiera vuelto a ganar las elecciones en su país. Se colocó el casco al tiempo de que le aseguraban el arnés. Suspiró hondo para calmarse y comenzó el recorrido. Abrió los ojos lentamente y le pareció estar volando sobre una selva restaurada, creyó que los árboles se regeneraban e imaginó un cielo azul. Agachó la cabeza y su madre le agitaba las manos dándole ánimo, al otro lado, Xio lo esperaba con los brazos extendidos para abrazarlo y sus hermanos se reían a carcajadas. Respiró profundo, el vértigo se había ido y no era para menos, su corazón estaba en calma gracias a unos ojos, unos brazos y unas carcajadas. Tuvo la certeza de que todo se regenera, de que los incendios podrían apagarse, de que los paisajes podrían restaurarse como él aquel día y de que en su país nunca más los dictadores recibirían honores.