La ruta de Tazo Grande

Jorge Cabanillas Quispe

El clima no había sido inmisericorde con nosotros aquel día. El viento a esa hora mitigaba el bochorno natural de la selva; el cielo limpio y los árboles que se mecían de un lugar a otro daban la impresión de que aún estabamos soñando. Los directivos y la comitiva, encabezada por la profesora Yoissi, quien gentilmente nos había invitado hace algunos meses, salió a recibirnos; en el colegio, los animosos estudiantes habían formado un callejón para recibirnos entre aplausos espontáneos que ya quisieran, sin importar el precio, recibir algunos de los políticos de este país.

Uno a uno, pasamos hasta un ambiente en el que un caldo de gallina caliente y suculento nos esperaba a todos, incluyendo a Juanita, la pequeña mascota de nuestro amigo Álex que nos había acompañado en ese viaje a Tazo Grande, lugar que a esa hora nos hacía sentir a todos dichosos ante tanto cariño.

Nos desplazamos hacia el patio principal y comenzó la ceremonia. Los alumnos, uno a uno, hacían preguntas propias de analistas, de lectores minuciosos que habían sido guiados con destreza por sus maestros en el proceso de lectura; uno de los profesores, con guitarra en mano y voz en el pecho puso el toque musical al evento, seguidamente una estudiante interpretó una pieza con su violín. El diálogo se hubiera prolongado durante horas y horas; sin embargo, había un programa que cumplir. Luego de un receso, en el que Juanita, haciendo un espectáculo aparte, osara a tratar de enfrentarse con un can de la zona para demostrar que los perros pequeños no son para nada cobardes, Sacha, el cuentacuentos, comenzó a transformar el ambiente ante la mirada atenta de los estudiantes y transportó de un lado a otro a quienes con distintas emociones escuchábamos al artista narrar con destreza y matices singulares las historias que presentaba.

La jornada estaba por llegar a su fin. Los directivos, los docentes y los estudiantes nos hicieron llegar sendas canastas con productos de la zona.

Los estudiantes formaron largas colas con libros, cuadernos, hojas en blanco para esperar emocionados la firma de los autores y las fotografías de rigor que dejó registrado para la posteridad esa mañana llena de tantas emociones.

La jornada había terminado, los alumnos poco a poco se retiraban y los invitados éramos conducidos a un salón donde habían armado, con esfuerzo y buscando donaciones, una biblioteca escolar que era un ejemplo claro de lo que debe ser el camino, con la certeza firme de que un colegio que no lee no tiene un futuro prometedor, de que más allá de los muros y de la infraestructura, sin importar que sea un colegio mayor o una gran unidad escolar, si no se tienen libros que sean leídos por los estudiantes y dejen de ser un mero objeto de inventario estamos completamente perdidos. Asimismo, los murales que habían armado eran por demás conmovedores, eran luces de que ahí existían lectores de buen lente y con un intelecto que estaba siendo formado de forma minuciosa.

Ahora, mientras termino estas líneas y disfruto de unas yucas fritas y un café cargado y aromático que recibí aquel día, recuerdo a sus alumnos, a sus docentes y a sus directivos y creo firmemente que su ejemplo debe ser seguido para mejorar nuestra educación. Definitivamente este daría mejores resultados que aquellas directivas y rubricas que proponen los especialistas de escritorio que creen que sus documentos que pasarán a archivadores que serán quemados en año nuevo son el camino, pero no, el camino correcto es el de Tazo Grande.

     
 

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