Vigilando a la luna

Andrés Jara Maylle

Ya son algo más de las siete de la noche y la luna está a medio camino sobre el limpio cielo huanuqueño. Gabriel Eligio (por su experiencia empírica acumulada a lo largo de su vida) sabe que aún faltan algunos días más para la luna llena, y será cuando el astro nocturno mostrará todo su esplendor y blancura.

Gabriel Eligio ha acomodado una hamaca bajo los altos árboles de pacaes, lúcumos y naranjos que tiene en su huerto y a esa hora de la noche está relajado y descansando y, de paso, vigilando a la luna que avanza lenta pero indetenible. Unos minutos antes, buscando espacios entre la arboleda ha tomado muchas fotos a la luna (su compañera preferida, dice él) y ha seleccionado algunas para colgarlas en su muro del Facebook.

Vigilar a la luna, añorar su ausencia o alegrarse con su llegada, se ha convertido para él en una de sus más grandes pasiones, en uno de sus pasatiempos preferidos. Él cree que todos los seres humanos deberían apasionarse por algo o por alguien.  Así serían menos infelices e intentarían que la vida fuera más llevadera, más vivible, menos odiosa. El apasionamiento por algo nos mantiene atentos, ocupados y pendientes de ese algo o alguien.

Gabriel Eligio sabe que sus tratos con la luna son de larga data. Tal vez desde su lejana niñez cuando acompañaba a su padre, caminando por la quebrada de Las Moras, hasta la parte más alta, casi a un kilómetro al fondo detrás de la capilla de Puelles. Ahí había (debe haber todavía) un manantial de aguas cristalinas. Hasta allí llegaba acompañando a su padre para abrir las acequias y hacer que el agua llegue, quebrada abajo, y poder regar los pocos cultivos que tenían en Moras Pampa. Por aquellos años, se cerró definitivamente la gran acequia construida quizás en los primeros años de la fundación de la ciudad y que traía agua desde el río Higueras por toda la parte alta, manteniéndola verde y en eterna primavera.

Pero también en sus viejos recuerdos están las noches de luna, cuando en el patio de su casa antigua, se juntaba con sus hermanas para mascar caña. Él lo recuerda clarito: la luna iluminando todo el ámbito y ellos sentados sobre un tronco tendido, masticando la dulce caña hasta que le duelan sus mandíbulas. Esta imagen también es un referente importante para el apego incondicional que tiene Gabriel Eligio hacia la luna. La noche, entonces, era amplia y silenciosa y, a la distancia, se podía escuchar, nítido, el denso rumor del Huallaga que avanzaba. En tiempos de bajío, entre los meses de junio hasta octubre, el río tiene un sonido diferente; es más como un murmullo, como si las aguas avanzaran cuchicheando; en cambio, en épocas de creciente, el río avanza bronco y amenazante, casi como rugiendo, furioso y enajenado.

Pero hoy es un día de mayo, hay cielo limpio, un viento suave que mece el follaje de los árboles y Gabriel Eligio está extendido y laxo en la hamaca. Mira la luna y siente que allá arriba su amiga también lo mira a él. Piensa que en unos días su madre habrá cumplido cuatro años de ausencia. Así es. Un diecinueve de mayo, en la madrugada, falleció ella. El momento no pudo ser peor: la pandemia estaba en su apogeo y nadie podía hacer velorios o cosa parecida; de manera que las exequias fueron rápidas y atolondradas. Ya estaba bastante mal y había perdido la memoria, esa memoria que antes le permitía recordar hasta los nacimientos y los decesos de los perros, los gatos, la camada de pollitos, de conejos y todo ser viviente que andaba por la casa. Estaba a dos meses de cumplir noventa años.

Ah, la luna. Ah mi madre, parece decir Gabriel Eligio. De pronto ve que una sombra se acerca y reconoce que es su amigo Dominic quien viene a buscarle para hacerle unas consultas académicas. Se sientan a conversar y, al rato, como si hubiesen coordinado anticipadamente, llega también otro gran amigo: Felipe. Los tres están bajo el pequeño bosque que, alegre, oscila su ramaje con la ayuda de la brisa. La charla se alarga y se alegra. Uno de ellos amenaza con pedirse unas bebidas espirituosas. La noche es aún una niña y los ánimos se vuelven efusivos y prometedores.

                                                          Huánuco, 19 de mayo de 2024.

     
 

Agregue un comentario